El destino de España es inseparable del Mediterráneo. El mar,
en cierto modo, empieza y termina en España. Se entra al Mediterráneo
desde el Atlántico por Andalucía. Pero antes de Colón,
nadie venía del Atlántico hacia el Mediterráneo. Durante
muchísimos siglos, España fue la única puerta de salida
del Mediterráneo. Pero ¿había algo después del Mare
Nostrum? A "nuestro mar", como lo llamaron los latinos, se ingresaba
desde el Atlántico a través de los pilares de Hércules.
Y, antes del Canal de Suez, no había otra manera de salir de él.
Hoy, esa puerta de ingreso y egreso se llama Gibraltar, en memoria del cabecilla
beréber que invadió España desde África en 711.
Para el mundo moderno, Gibraltar es un nombre asociado con la roca y con las
pólizas de seguros, pero, sobre todo, con la política británica
de mantener el Mediterráneo abierto para el comercio y los movimientos
navales. En la actualidad, como tantas otras cosas británicas, es un
anacronismo. Pero Gibraltar sí nos recuerda que, durante siglos, el Mare
Nostrum fue el centro geográfico donde Europa, Asia y África
se encontraron y donde sus civilizaciones se fertilizaron mutuamente. Filosofía,
literatura, política, comercio, guerra, religión y arte: ninguna
faceta de la civilización común a Europa, Asia y África
sería comprensible sin la forma que les imprimieron las riberas del Mare
Nostrum.
El hombre mediterráneo podía atreverse a explorar tímidamente las costas de África hacia el sur. Pero hacia el occidente, no había nada sino miedo y misterio, no "nuestro mar" sino el mar del misterio: Mare Ignotum.
De tal suerte que España, en realidad, se convirtió en algo así como el callejón sin salida del Mediterráneo. Era posible moverse hacia el occidente, hasta España y detenerse ahí. No había nada más allá de España, y una de las puntas más occidentales de la península, apropiadamente, se llamó el cabo Finisterre, el cabo del fin del mundo. La cultura española fue determinada, en el más alto grado, por esta finalidad, esta excentricidad de su posición geográfica. Llegar a España significaba quedarse ahí porque no había nada después de España, salvo la opción de viajar de regreso al oriente de donde se había partido.
Este doble movimiento le dio forma a dos culturas españolas. Una cultura agraria profunda le dio la espalda al mar. Ésta era la cultura de los iberos. El Ebro, o el río de los iberos, era su hábitat, e"iber" significa "río", por lo que, para prologar al retruécano joyceano, el origen de España es un iber-río. Los iberos llegaron a la península más de dos mil años antes de Cristo y desde el sur 900 años antes de Cristo, se encontraron con los celtas llegados del norte y se fundieron con ellos para crear la cultura celtibérica que constituyó el corazón de la civilización agraria profunda de España, viva hasta el día de hoy. Cultura de pastores y de aldeas, de campesinos y de instintos tribales, alimentados de carne, quesos y pan, su aislamiento fue creciendo a medida que el litoral mediterráneo, de Cataluña a Andalucía, se convirtió en un collar de poblaciones extranjeras, emporios y puertos comerciales. Esta presencia mediterránea, ciertamente más comercial que política, fue encabezada por los fenicios mil años antes de Cristo. Sus barcos tartesos crearon los grandes mitos de la segunda cultura española, la cultura mediterránea, viajera, exterior. Es la cultura de Hércules y los toros, la cultura del comercio y de la comunicación encabezada por los "dignos mercaderes" de Tartesos a los que se refiere Ezequiel. Pero Tartesos es también el fin del mundo, el terror del desastre, el pronóstico de un negro vacío, una nada, donde sólo se puede escuchar un grito: "Aullad, barcos de Tartesos... pues vuestra fuerza ha sido vencida". Al nacer, España entra con un grito a la Biblia y España es, finalmente, una vez más, la cultura de lo excéntrico, el callejón sin salida, el lugar a donde se escapa, de la misma manera que Jonás huye a Tartesos "de la presencia del Señor".
En la fuga bíblica de Jonás, lejos de la presencia de Dios, puede adivinarse un símbolo perverso tanto del retiro de España en sí misma, la España montañosa, agraria y tribal del interior, como de su tentación paralela de salir de sí misma y darle la cara al mar, a los barcos, al desafío de un mundo más allá de los pilares de Hércules donde el sol se hunde. Esa historia de conquista e invasión, que atrae a la fuerza extranjera hacia España, será repetida por la propia España en el Nuevo Mundo. La respuesta española al desafío del otro--el aragua en el Caribe, el azteca en México, el quechua en Perú--fue determinada por la experiencia de muchos siglos, cuando España fue el país conquistado.
Conquista benigna, mientras los fenicios y luego los griegos se limitaron a crear enclaves comerciales en las costas, con zonas de influencia restringida alrededor de los puertos de Gades (Cádiz) y Malaca (Málaga), aislando aún más la cultura primaria celtibérica y estableciendo, en compensación, una nueva cultura mediterránea de la viña, el olivo, el marisco, los cereales, la circulación monetaria y la vida urbana. En efecto, la falta de desarrollo urbano en el interior es lo que más contrasta con los florecientes emporios costeros de la presencia fenicia y griega en España.
Una ciudad asediada
La conquista de España por el otro dejó de ser asunto puramente mercantil cuando el Mediterráneo pasó a ser el escenario de un gran conflicto militar que enfrentó a dos poderosos estados, Cartago y Roma; África y Europa, tierra y mar, elefante y navío. Cuando Grecia abandonó España, Cartago y Roma se hicieron presentes para conquistar, crear alianzas y, sobre todo, convertir a España en base para las mutuas agresiones de las dos superpotencias de la época. A fin de preparar su asalto final contra Roma, Aníbal, el joven comandante en jefe del ejército cartaginés, transformó a España en el trampolín desde el cual inició su marcha épica por el sur de Francia y por los Alpes hasta Italia. Pero después de derrotar a los romanos en el Lago Trasimeno, Aníbal, mal abastecido, tuvo que regresar a su refugio español, confirmando de esta manera la sospecha de los romanos de que, si no conquistaban España, jamás conquistarían Cartago. De este modo, curiosamente, fue la victoria de Aníbal en Italia lo que atrajo a Roma hasta España. Y con Roma llegaron las formaciones más duraderas de la cultura española. Lengua, derecho, filosofía, una visión de la historia universal, comunicaciones. Todo ello, eternamente asociado con la prolongada presencia española de Roma, se basa en la realidad fundamental de la ciudad.
Durante largo tiempo Roma fue la experiencia culminante de la conquista de España por una fuerza exterior: antes de las invasiones musulmanas de 711, y antes de la propia empresa de conquista española en el mundo indoamericano después de 1492. Se trata de una experiencia singular, porque si en las Américas, España, de manera deliberada, aplastó a civilizaciones preexistentes, cortándolas en flor, destruyendo lo bueno junto con lo malo, y sustituyendo violentamente una forma de cultura por otra, la experiencia hispánica con los romanos fue exactamente la opuesta. Italia creó en España un gobierno e instituciones públicas orgánicas y duraderas. Trajo ideas de unidad y de amplia corresponsabilidad humana donde éstas no existían o eran sumamente débiles. Y lo hizo mediante el instrumento de la vida urbana.
A lo largo de esta experiencia se estableció un conjunto de tradiciones que no sólo le darían forma a la cultura y a instituciones, a la psicología y a las respuestas vitales de España, sino a las de sus descendientes en las Américas. Más allá de los estereotipos nacionales, entonces, existe un buen número de experiencias significativas que crearon una tradición española e hispanoamericana por lo menos a partir del tiempo de la dominación romana de la península. Nada revela mejor la forma de esta tradición que el encuentro con el otro, con él o ella que no son como tú y yo. En este encuentro, en el plano ibérico original, todas las crónicas extranjeras concuerdan en que los pueblos de España eran, en las palabras de Trogo Pompeyo en sus Historiae Phillipicae, fuertes, sobrios y trabajadores: "dura omnibus et stricta abstinentia". "Duros y sobrios". Un pueblo duro, ciertamente, pero también individualista en extremo, cosa que los romanos aprendieron rápidamente cuando invadieron la península en el año 200 a.C. y se percataron de que los ejércitos ibéricos eran sin duda valientes, pero ineficaces, porque cada hombre batallaba para sí y se resistía a integrarse en unidades más amplias o a prestarle obediencia a comandantes ausentes o reglas abstractas. El particularismo regional que, para bien y para mal, ha distinguido a la nación española a lo largo de los siglos fue rápidamente advertido por los romanos. Estrabón lo llamó "orgullo local", y llegó a la conclusión de que los pueblos ibéricos no podían unirse para repeler juntos una amenaza extranjera.
En cambio, los ibéricos sentían una atracción profunda hacia su propia localidad, su aldea, su paisaje hereditario. De ello se derivan dos hechos importantes. El primero es que no eran muy buenos para las operaciones ofensivas, que requerían precisamente el tipo de comando unificado que no fueron capaces de crear y que, en contraste, era una de las excelencias de la organización militar romana. Pero el otro hecho, complementario, es que los iberos resultaron extraordinariamente hábiles en defenderse de manera atomizada y disgregada, complicándole la vida enormemente a los invasores, puesto que, en vez de vencer a un ejército representativo cuya derrota les permitiese proclamar la victoria, los comandantes romanos tenían que luchar sucesivamente contra una y otra aldea, y cada una de ellas ofrecía a las cohortes romanas resistencias prolongadas y tenaces.
Esto, a su vez, generó otra tradición. Los españoles descubrieron que su fuerza era la defensa; de ahí en adelante, rehusaron ofrecerle una línea frontal visible al invasor y, en vez, inventaron la guerra de guerrillas. Ataques sorpresivos por pequeñas bandas, preferiblemente nocturnos; ejércitos de la noche, invisibles de día, confundidos con las aldeas encajadas en las laderas grises de las montañas. Dispersión, contrataque: la guerrilla, la micro-guerra local en contra de la macroguerra invasora, la "guerrota" librada por las legiones romanas. Particularismo, guerra de guerrillas, individualismo. Plutarco escribe que los comandantes españoles se rodeaban de un grupo de leales llamados "solidarios", quienes consagraban sus vidas a la del jefe, muriendo con éste. Pero, al descubrir que los iberos rehusaban la federación, que sentían lealtad sólo hacia su tierra y sus jefes, los romanos fueron capaces de derrotarlos de una manera semejante a la que habrían de usar más tarde los españoles para derrotar al azteca y al inca: gracias a la tecnología superior, desde luego, pero gracias también a recursos superiores de información. Al darse cuenta de que los pueblos mexicanos eran un mosaico de particularismos sin alianzas más amplias que la fidelidad a la localidad y al jefe, Cortés derrotó a los aztecas de la misma manera que Roma derrotó a los iberos.
El costo fue alto y reveló un rasgo más: el honor. El extraordinario culto del honor en España tiene su raíz en la fidelidad o la tierra y al jefe. En la guerra contra Roma, el hogar se llamó Numancia y el jefe se llamó Viriato.
Numancia resistió a los invasores romanos durante cinco años, hasta convertirse en una especie de Vietnam español para Roma. La falta de éxito desmoralizó al ejército romano. La opinión pública en Roma protestó furiosamente contra la continuación de una guerra que había devorado ola tras ola de jóvenes reclutas. El Senado rehusó enviar nuevas tropas. Cuando el miembro más joven de una gran dinastía militar, Escipión Publio Cornelio, recibió el mando para derrotar al poblado orgulloso, individualista y guerrillero de Numancia, no se le dieron tropas frescas, y se le ordenó contar con lo que ya había en España. Escipión apostó su prestigio en esta aventura. Recabó dinero, tropas, y una guardia personal surtida por su clientela de monarcas asiáticos y africanos, entre ellos el príncipe númida Yugurta, quien más tarde habría de intentar la liberación de noráfrica contra Roma y que llegó a la campaña contra Numancia con 12 elefantes. Es de suponer que allí aprendió unas cuantas tácticas guerrilleras que más tarde pondría en práctica en su propia sublevación contra Roma. Pero Escipión combatió en buena compañía, sobre todo porque llevó consigo a un regimiento de amigos distinguidos para escribir la crónica de la campaña: el gran historiador Polibio, el poeta Lucilio y un enjambre de cronistas y políticos jóvenes. Apenas llegó ante Numancia, Escipión purgó al ejército de prostitutas, afeminados, procuradores y adivinos, y ordenó a los soldados vender toda parafernalia excesiva y limitarse a una olla de cobre y un plato y a no comer nada excepto carne hervida.
Escipión dormía sobre un montón de paja; a los soldados se les negaron camas o masajistas. El poeta Lucilio cuenta que se le arrebataron a las tropas 20,000 navajas e instrumentos de depilación. Además, los soldados tuvieron que someterse a marchas forzadas, ejercicios extenuantes y, finalmente, en el verano y el otoño del año 134 a.C., se les ordenó excavar trincheras y parapetos, creando un círculo de más de nueve kilómetros de murallas alrededor de la ciudad, duplicando el perímetro de ésta. Rodeada de muros de dos metros y medio de ancho, tres metros de alto y una torre cada 30 metros, así como de un ejército renovado de 50,000 romanos, Numancia fue obligada a enfrentar una imagen duplicada de sí misma. Escipión rehusó el ataque, forzando a los numantinos, cuyas fuerzas no superaban los seis mil hombres, a atacar ellos mismos o perecer de hambre. De día, el gran señor latino de la guerra observaba las señales de los estandartes; de noche, miraba hacia los fuegos, vestido siempre con una larga capa de lana negra para significar su duelo por la incompetencia previa del ejército romano. La propia fuerza de Escipión, totalmente disciplinada, también vestía de negro, como su jefe. Entre todos, obligaron a la población de Numancia a comer cueros primero, luego cuerpos humanos: los muertos, los enfermos, al cabo, los débiles. Pero Numancia no se rendía, hasta que, en el año 133, de acuerdo con La guerra ibérica de Apiano, "la mayoría de los habitantes se suicidó y los demás ... salieron ... ofreciendo un espectáculo extraño y horrible. Sus cuerpos sucios, escuálidos y apestosos, las uñas largas, las cabelleras enredadas y los trajes repugnantes. Quizás merecían compasión debido a su miseria. Pero también infligían horror porque en sus rostros se escribían la rabia, el dolor y el agotamiento".
Si bien Numancia no es del todo el equivalente ibérico de la Masada judía, como alguna vez se ha dicho, sí es un emblema de numerosas tradiciones fraguadas en el molde original de España: particulares no sólo de España, desde luego, pero sí teñidas de una manera peculiar, concentradas y realzadas por los acontecimientos de la historia y la cultura españolas, así como por la subsiguiente experiencia del mundo hispánico en las Américas.
La encarnación del honor fue el jefe, el jefe militar, específicamente el caudillo, como se le llegó a conocer más tarde, adaptando una palabra árabe que significa "jefe". Las tradiciones del honor, el individualismo, la guerrilla y la lealtad al terruño y al jefe se reúnen en la figura de Viriato, quien apareció a raíz de la caída del pretor romano Galba, cuya escandalosa corrupción mientras administró España le dio a la fuerza guerrillera un respiro en el año 139 a.C. Preparándose para una prolongada guerra de guerrillas, Viriato practicó una estrategia de la decepción, pretendiendo huir, atrayendo a las fuerzas romanas, derrotándolas mediante la sorpresa, desapareciendo en montañas que sólo él conocía, agotando a Roma, pero, al mismo tiempo, agotado por ella. Ocho años más tarde, Viriato pidió paz y la obtuvo honorablemente: Roma lo declaró su amigo, pero enseguida corrompió a tres de sus emisarios y los envió a matar al confiado jefe ibérico. Quemado en una pira funeraria, Viriato sólo podía ser derrotado por la traición. Se convirtió en un símbolo, que habría de repetirse múltiples veces a lo largo de la historia de España e Hispanoamérica. Pero era un hombre dotado de personalidad propia, descrito por el historiador Justino como la "figura militar más importante entre las tribus españolas", así como un hombre, también, de gran sencillez, humano y cercano a sus tropas.
La muerte de Viriato y la caída de Numancia aseguraron la romanización de Iberia. "Numancia" y "Viriato" evocan tradiciones que habrían de resultar persistentes. Sin embargo, Roma dio muestras de extraordinaria inteligencia al no tocar las tradiciones profundas de España, y limitarse a llenar los numerosos vacíos de su vida cultural. Roma fundó las grandes ciudades del interior: Augusta Emerita (Mérida), Hispalia (Sevilla), Corduba (Córdoba), Toletum (Toledo), Caesaraugusta (Zaragoza), Salamantica (Salamanca), comunicándolas entre sí con espléndidos sistemas de carreteras. De esta manera, Roma unió las ciudades abiertas del mar a las aldeas cerradas de la montaña. Con ello creó la primera y más firme base para la eventual unidad española. Una España unida e independiente no surgiría sino hasta el año 1492. Entre tanto, la levadura del alma celtibérica fue introducida en el horno de la ley, la lengua y la filosofía romanas.
cabecilla beréber
El nombre Gibraltar viene del cabecilla beréber cabeza +
illa. El adjetivo beréber se refiere a un grupo étnico de Marruecos
y Argelia (norte de Africa), que ocupaba especialmente regiones montañosas
e invadió España en 711.
callejón
España, en realidad, se convirtió en algo así como
el callejón sin salida del Mediterráneo. ¡Cuidado
con los sufijos! calle + jón. Callejón: paso estrecho y largo
entre paredes, casas o elevaciones del terreno.
agraria
Una cultura agraria profunda le dio la espalda al mar agraria: adj.
perteneciente o relativo al campo y la agricultura. Fuentes explica que en España
se formaron dos culturas; una era agraria que ignoraba (le dio espalda al) el
mar.
florecientes emporios costeros
En efecto, la falta de desarrollo urbano en el interior es lo que más
contrasta con los florecientes emporios costeros de la presencia fenicia y griega
en España. Floreciente: que florece (to flower); fig. Favorable,
venturoso, próspero. Emporio: lugar donde concurren para el comercio
gentes de diversas naciones; fig. ciudad o lugar notable por el florecimiento
del comercio y, por extensión, de las ciencias, las artes, etc. Costero:
perteneciente o relativo a la costa, próximo a ella.
asediada
Una ciudad asediada. Asediar: cercar un punto fortificado, para
impedir que salgan los que están en él o que reciban socorro de
fuera (eng. to besiege or to blockade). La ciudad asediada, claro, se refiere
a Numancia.
corresponsabilidad
Italia trajo ideas de unidad y corresponsabilidad humana. Corresponsabilidad:
el hecho o el deseo de tener relación, realmente existente o convencionalmente
establecida, un elemento de un conjunto, colección, serie o sistema con
un elemento de otro. Como insiste Fuentes, con Roma llegaron las formaciones
más duraderas de la cultura española. Lengua, derecho, filosofía,
una visión de la historia universal, comunicaciones". Organizar,
coordinar, sistematizar.
se percataron
Cuando los romanos invadieron la península en el año 200, se
percataron de que los ejércitos ibéricos eran sin duda valientes
pero ineficaces. Percatarse: darse cuenta clara de algo, tomar conciencia
de ello.
parapetos
Escipión les ordenó excavar trincheras y parapetos.
Parapeto: terraplén (embankment) corto, formado sobre el principal, hacia
la parte de la campaña, el cual defiende de los golpes enemigos el pecho
de los soldados.
fraguadas
Numancia es un emblema de numerosas tradiciones fraguadas en el molde
original de España. Fraguar: Idear, discurrir y trazar la disposición
de alguna cosa (eng. to forge, hammer out). Tradiciones fraguadas: forged traditions.
terruño
la lealtad al terruño y al jefe. Terruño: comarca
o tierra, especialmente el país natal.
pira funeraria
Quemado en una pira funeraria, Viriato sólo podía ser derrotado
por la traición. Pira: hoguera (bonfire) en que antiguamente se
quemaban los cuerpos de los difuntos y las víctimas de los sacrificios.
Funeraria: perteneciente al entierro y a las exequias (pertaining to a funeral).