El latín y el español

Adaptado (y corregido) de http://recursos.cnice.mec.es/latingriego/Palladium/cclasica/esc333ca1.php (1 septiembre 2009).

Introducción

Es de sobra conocido que el español, el catalán, el gallego, el francés, etc. son lenguas derivadas del latín. Ahora vamos a profundizar en esta cuestión.

En los primeros siglos de Roma, desde la fundación al s. IV a. C., el latín era una lengua tosca, que a penas podía tener manifestaciones literarias o científicas, que tenía una extensión territorial limitada: Roma y algunas partes de Italia, y una población escasa. Era una lengua de campesinos.

Después del periodo de dominación etrusca y la invasión de los Galos (390 a. C.), la ciudad fue extendiendo su imperio por el resto de Italia. A finales del siglo IV a. C. Roma se había impuesto a sus vecinos itálicos. Los etruscos dejaron su impronta en la lengua y la cultura de Roma, pero fueron los griegos, presentes en la Magna Grecia en el sur de Italia, quienes más influyeron sobre el latín dotándole de un rico léxico y de sus primeras formas literarias.

El latín de la ciudad de Roma se impuso a otras variedades de otros lugares del Lacio, de las que apenas quedaron algunos retazos en el latín literario. Esto hizo del latín una lengua con muy pocas diferencias dialectales, al contrario de lo que pasó en griego. Podemos calificar, pues, al latín de lengua unitaria. Después, la conquista de nuevas provincias y la expansión, primero las de César, hasta la de la Dacia (Rumania) por parte de Trajano, supuso la extensión del latín por un inmenso territorio y la incorporación de una ingente cantidad de nuevos hablantes. Paralelamente a la expansión territorial de Roma el latín se desarrolló como lengua literaria y como lingua franca, a la vez que el griego, que había tenido esta función antes. Desde el siglo III a.C., con Plauto y luego Terencio, hasta el año 200 d. C. con, entre otros, Apuleyo tenemos una forma escrita de latín que no tiene ninguna variación sustancial. Sin embargo, el caso de las variantes habladas del latín era diferente.

La historia del latín

Acabamos de mencionar el hecho de que el latín literario tuvo una unidad importante a lo largo de los siglos. Esta variedad del latín es la que ha servido como vehículo a la literatura, la ciencia y el pensamiento que Roma nos transmitió. El número de autores y obras creció de forma exponencial. Aunque esencialmente la lengua en que se expresó este latín fue la misma, se distinguen diversas etapas que son básicamente estas:

Hasta aquí hemos hablado de la variante culta y escrita de la lengua de Roma. Pero la lengua de la gente común no era 'esta, sino una forma que se fue alejando cada vez más de la que hemos descrito y que conocemos como latín vulgar. Es de esta variante de la que nacerían las lenguas románicas.

El latín vulgar

Desde al menos el s I a.C. era patente en latín la existencia de una variedad de latín que se diferenciaba en diversos aspectos del latín recto de la literatura y las clases altas. La separación de ambas formas de latín se fue extendiendo durante la historia del latín.

Con el nombre de latín vulgar nos referimos generalmente a la forma del latín que dio origen a las lenguas románicas. En el vocabulario, por ejemplo, sabemos que el término usual latino proelium "combate" no debió existir en latín vulgar, pues en las lenguas romances debemos suponer un término battalia que ha dado como resultado es. batalla, fr. bataille, it. bataglia, por. batalha.

Lo mismo podemos decir de hostis "enemigo", sustituido en latín vulgar por inimicus, como atestiguan las lenguas romances: es. enemigo, cat. enemic, fr. enemi.

Los romances fr. avant, 'delante', it, dove 'donde' o es. desde implican el uso en latín vulgar de la unión de varias preposiciones ab ante, de ubi, de ex de, etcétera, que en latín clásico no se encuentran.

El hecho de que dos palabras latinas, crēdo 'creo' y mĭnus 'menos', con distintas vocales tónicas, i breve y e larga, hayan dado sistemáticamente en las lenguas romances el mismo resultado, fr. oi, croie, moins, es. e, creo, menos, it. e credo, meno, induce a pensar que la diferencia del latín clásico entre ĭ y ē había desparecido en latín vulgar.

Por otra parte, también tiene un matiz social: el latín vulgar es la lengua de las capas sociales más bajas, frente a la variante clásica de las capas cultas y las clases dirigentes y adineradas.

Por último, con el término latín vulgar, también nos referimos a la oposición al latín urbano añadiendo un aspecto rústico al concepto.

Cronología

Podemos afirmar que algunos hechos propios del latín vulgar están presentes en las inscripciones halladas en Pompeya en la segunda mitad del s. I d. C., pero existe el consenso de que la extensión del conjunto de fenómenos que conocemos como latín vulgar se generalizó a partir del siglo III d. C. La fecha en que el latín pasó a ser romance es igualmente difícil de determinar. Es un hecho claro que la desaparición del Imperio de Occidente en 476 d.C. propició la fragmentación del latín en dialectos que quedaron aislados entre sí. Estos dialectos fueron alejándose progresivamente ya desde el Bajo Imperio y este proceso se profundizó durante la Alta Edad Media. Podemos afirmar que entorno al año 800 lo que se empleaba era ya una forma de romance.

Fuentes del latín vulgar

Hemos establecido que el latín vulgar era el habla popular que recoge la variante oral de las capas sociales que carecían de formación literaria. También sabemos que marca las diferencias en la forma de hablar de la gente común con respecto a la formación de las personas cultas. Por eso las fuentes –los documentos que permiten conocer el latín vulgar- son aquellos escritos que reflejen la forma oral de la lengua, de manera más o menos fiable. En la literatura tenemos los géneros más populares y llanos: la sátira, la novela, la comedia. También nos sirven las correcciones y comentarios de los gramáticos latinos, las inscripciones y grafitos y, por supuesto, los resultados en las lenguas románicas y otras fuentes indirectas como la métrica y la rima.

Las lenguas románicas

Las lenguas derivadas del latín reciben este apelativo, además de lenguas romances o neolatinas. Bajo esta denominación, encontramos un grupo de lenguas muy heterogéneo, en el cual tenemos lenguas actuales vivas, como el italiano, y medievales que ya no se emplean, como el dálmata. Lenguas con una extensión más bien universal, como el español, y lenguas con un territorio muy restringido como el sardo. Dialectos medievales que no llegaron a fraguar en una lengua, como el navarro-aragonés (absorbido por el castellano), y lenguas con una amplia y larga tradición escrita como el francés.

Entre las lenguas que aún permanecen vivas hay también una gran variedad. Tenemos, por una parte, lenguas sustentadas por un estado fuerte y de larga historia, que se han expandido por todo el mundo, como el francés, español y portugués, al lado de lenguas muy minoritarias que conviven en dura competencia con otras lenguas más poderosas y de las que reciben un enorme influjo, como el romanche o el sardo. También son muy desiguales en el desarrollo de sus propias literaturas.

El léxico común de las lenguas romances

Se ha establecido que las lenguas románicas se formaron a partir del latín vulgar, lengua hablada por personas de una cultura muy escasa. Por esta razón el léxico que entró en primer lugar fue el básico, muy limitado para la expresión de la literatura o de la ciencia, con pocos adjetivos y sustantivos abstractos. Posteriormente, según se iban creando necesidades de expresar conceptos nuevos y complicados, se iban incorporando nuevas palabras procedentes del latín escrito, que ya no sufrían la lenta transformación de siglos que habían experimentado las primeras palabras derivadas del latín vulgar. Este flujo de entrada no se ha interrumpido; aún entran palabras constantemente procedentes del latín.

Debido a esto, las palabras de origen latino se clasifican en función de la vía de entrada que hayan tenido en la lengua románica en:

De este hecho deriva el que en muchos ejemplos varias palabras romances obedezcan a una sola latina. Por ejemplo: lat. clavem> llave y clave, con un vulgarismo y un cultismo derivados de la misma palabra. También lat. auricula > es. oreja (vulgarismo) y aurícula (cultismo); lat. coagulare > es. cuajar y coagular. Los cambios fonéticos y lingüísticos que se han señalado en latín vulgar son el origen de la fragmentación de la lengua del Imperio en las lenguas románicas. La cronología de estos cambios es a veces incierta, así como las fases por las que pasó. En una primera fase podemos hablar de la fragmentación del latín vulgar o, lo que ya podríamos llamar 'protorromance' en dos, el romance oriental y el occidental. Después cada lengua experimentó un desarrollo individual, pero paralelo entre las distintas zonas de la Romania, nombre que designa la parte del Imperio Romano que adoptó el latín, con múltiples conexiones entre las distintas lenguas. Pero también hablaremos de hechos lingüísticos que afectan ya individualmente a una sola de las lenguas; por ejemplo la pérdida de la f inicial latina, sólo afecta al español, así formica ha dado en español hormiga, pero fr. formi, it. formica, cat. formiga. Los pasos dados entre el latín vulgar y las lenguas románicas modernas son muy variados con interferencias de todo tipo y, sobre todo, con unos límites muy difusos entre unos dialectos y otros.

Las lenguas románicas de Hispania

Tres de las cuatro lenguas actuales de la Península son románicas. La cuarta el vascuence o euskera de origen incierto, tiene también una enorme deuda con el latín, que le aportó y le sigue aportando un gran caudal léxico. Por citar sólo algún ejemplo palabras como jurutza < crucem "cruz"y bike < vicem "molino" entraron en esta lengua en una fase muy antigua. Dentro de las lenguas románicas las lenguas de Hispania comparten rasgos comunes entre sí. Por poner un ejemplo, la palabra elegida por el romance de Hispania para 'hermano' ha sido lat. v. germanum y no la palabra clásica frater. Así tenemos it. fratello, fr. frere; pero cat. germà, es. hermano, gal-port. irmâo. Además de los rasgos comunes originales, las lenguas de Hispania son lenguas en contacto. Esto supone que hay un intercambio constante de las distintas lenguas entre sí, con influencias y préstamos abundantes. Así el cat. cap i cua 'cabeza y cola (término del dominó)' ha entrado en español y el español más entra en cat. como més, sustituyendo el antiguo cat. plus.

Otras veces el español y gallego, como lenguas más periféricas toman una solución común frente al catalán, lengua más central dentro de la Romania. Así el verbo comer deriva en es. y por. del lat. cumedere, mientras que en cat. el verbo deriva del lat. manducare > menjar 'comer' con cognados en fr. manger e it. mangiare.