"La toma de Numancia"
Apiano, Historia romana: sobre Iberia

Los numantinos, acosados por el hambre, enviaron a Escipión cinco hombres, a los cuales habían encargado de averiguar si éste les daría un trato moderado si se entregaban a los romanos. Avaro, caudillo de los numantinos, insistió con énfasis en la mentalidad y en la valentía de su pueblo, y añadió que ni aun entonces habían cometido ninguna falta, sino que soportaban tamaño sufrimiento en defensa de sus mujeres e hijos y por la libertad de su patria.

Y añadió: "Por ello mayormente, Escipión, es de justicia que tú repleto de tan gran virtud, trates con indulgencia a un pueblo animoso y valeroso, y le propongas unas condiciones más benignas que podamos soportar, puesto que en muy poco tiempo hemos atravesado una profunda transformación. Así pues, de ti depende, y no de nosotros, el recibir la ciudad -si nos pones condiciones mesuradas o contemplar con indiferencia cómo es aniquilada en la guerra". Este fue el parlamento de Avaro; mas Escipión, sabedor de lo que ocurría dentro de su ciudad por los prisioneros, le respondió que, en lo que a ellos concernía, debían ponerse en sus manos y rendir la ciudad y sus armas. Los numantinos, que hasta entonces habían sido de natural violentos, por su total libertad y la falta de hábito de aceptar órdenes, se encolerizaron mucho más por sus desdichas cuando se les informó de la respuesta de Escipión, y, comportándose de un modo desconocido en ellos, asesinaron a Avaro y a los cinco embajadores que con aquél habían ido por ser mensajeros de malas noticias y haber tratado tal vez su propia seguridad en la entrevista con Escipión. No mucho después, como hacen algunos en momentos críticos de la guerra, comenzaron a lamer pieles cocidas ante la total ausencia de comestibles, de trigo, ganado y verba. Mas, cuando aquéllas también faltaron, comieron carne humana cocida, comenzando por la de los muertos, que cortaban en pedazos en las cocinas; luego no tuvieron ningún aprecio por la vida de los enfermos y finalmente los más fuertes usaron de su fuerza contra los más débiles. Ninguna depravación se echó en falta en unos hombres cuyas almas se llenaron de cólera a causa de los alimentos ingeridos y cuyos cuerpos en nada se diferenciaban de los de las bestias, a causa del hambre, de sus cabellos y del tiempo. Así se encontraban cuando se entregaron a Escipión, que les dio la orden de llevar sus armas en el día a donde les había señalado, y, al día siguiente, acudir a un lugar distinto. Los numantinos excedieron el plazo del día, al convenir que muchos aún disponían de la libertad y querían darse muerte. Así pues, solicitaron un dia para preparar su muerte. El amor a la libertad y la valentía de la pequeña ciudad bárbara fueron tan grandes. Pues, aunque contaba con 8.000 hombres en tiempo de paz, ¡cuán número de derrotas y de qué importancia sufrieron a manos suyas los romanos, qué tratados establecieron con ellos en igualdad de condiciones ellos, que no habían ofrecido a ningún pueblo antes de ellos pactar en tales condiciones, cuán grande era el último general, que los puso asedio con 60.000 soldados, a pesar de lo cual en numerosas ocasiones los numantinos le invitaron a pelear! Mas Escipión estaba más avezado que ellos en el mando del Ejército y no llegó a las manos con aquellas fieras, sino que los sometió por hambre, un mal contra el que no se puede combatir, y que, además, era el único medio con el que se podía vencer a los numantinos, y el único con el que se les venció.

Me ha impulsado a relatar estos acontecimientos que tuvieron por protagonistas a los numantinos la consideración de su corto número y de su resistencia ante la adversidad, sus muchas acciones bélicas y el largo tiempo que duró su resistencia. En primer lugar aquellos que quisieron se dieron muerte, cada cual por el procedimiento que le plugo, mientras que los restantes partieron al tercer día al lugar ordenado, ofreciendo un espectáculo enteramente difícil de contemplar y extraordinario: sus cuerpos estaban sucios, sus uñas largas, cubiertos de abundante pelo y llenos de inmundicia, y despedían un fortísimo hedor; colgaban de ellos vestidos mugrientos y además malolientes.

Mapas del cerco y de la toma de Numancia [Gonzalo Menéndez Pidal, Atlas Histórico Español (Barcelona: Editora Nacional, 1941), II].