El Popol-Vuh

Libro que recoge la tradición oral del pueblo quiché centroamericano, basada en una sucesión de leyendas de la época prehispánica que abordan las creencias básicas de dicho pueblo: sus deidades, su noción del cosmos, de la tierra y de la vida, e incluso recomendaciones sobre cómo comportarse en función de dichas creencias. La autoría y fecha de la obra es desconocida, aunque se cree que fue inicialmente redactado en quiché, utilizando caracteres latinos, por un indígena (posiblemente un antiguo sacerdote). La obra desapareció hasta ser encontrada por el franciscano fray Francisco Ximénez en Chichicastenango (Guatemala), quien lo tradujo al español. El Popol-Vuh, donde el maíz es la sustancia fundamental para la definitiva creación del hombre por parte de los dioses tras diversos intentos fallidos, es considerado como el más importante legado escrito de las culturas prehispánicas.

A continuación se reproduce un fragmento del primer libro del Popol-Vuh, en el cual se describe la creación del hombre por los dioses.

Los abuelos

Se refiere a los orígenes, cuando no había gente, ni animales, ni árboles, ni piedras, ni nada. Todo era un erial desolado y sin límites. Encima de las llanuras el espacio yacía inmóvil; en tanto que, sobre el caos, descansaba la inmensidad del mar. En el silencio de las tinieblas vivían los dioses Tepeu, Gucumatz y Hurakán, cuyos nombres guardan los secretos de la creación, de la existencia y de la muerte, de la tierra y de los seres que la habitan.


Cuando los dioses llegaron al lugar donde están depositadas las tinieblas, hablaron y se pusieron de acuerdo. Pensaron cómo harían brotar la luz. Y ésta se hizo. Vieron luego la existencia de los seres que iban a nacer y decidieron que se apartaran las aguas. Y así surgieran campos para ser labrados, crecieran árboles y maduraran las cosechas. Y aparecieron los valles y las montañas.

Después resolvieron poner bestias, animales y pájaros. Estos no pudieron hablar cuando se lo ordenaron los dioses. Sólo emitieron ruidos propios de su clase. Entonces los dioses idearon otros seres capaces de hablar y recoger el alimento sembrado y crecido en la tierra.

De este modo formaron, con barro húmedo, al nuevo ser que imaginaron. Pero sucedió que no podía permanecer de pie; se desmoronaba, deshaciéndose en el agua. Lo hicieron luego de madera, para que pudiera caminar con firmeza y rectitud sobre la tierra. Las estatuas formadas parecían verdaderas gentes; se juntaron y acoplaron en grupos y al cabo de tiempo procrearon hijos. Pero no tenían corazón. Eran sordos sus sentimientos. No podían entender que eran venidos a la tierra por voluntad de los dioses y fueron condenados a morir. Una nube de ceniza opacó su existencia. Luego la tierra se volvió a llenar de agua durante muchas lunas y al fin todo quedó destruido.

Todavía los dioses hicieron nuevos seres. De tzite fue hecho el hombre y de espadaña la mujer. Tampoco correspondieron a las esperanzas de sus creadores-, por lo que el pájaro Xecotcovh les sacó los ojos y las fieras los devoraron. Los pocos que no fueron destruidos se transformaron en monos.

Reunidos de nuevo los dioses, decidieron crear nuevas gentes de inteligencia. De lugares ocultos, cuyos nombres se dicen en las crónicas, bajaron hasta los sitios propicios el Gato, la Zorra, el Loro, la Cotorra y el Cuervo, con la noticia de que las mazorcas de maíz amarillo, morado y blanco, estaban crecidas y maduras. Por estos mismos animales fue descubierta el agua que sería introducida en las hebras de los nuevos seres. Pero los dioses la metieron primero en los granos de aquellas mazorcas. Fueron desgranadas las mazorcas, y con los granos sueltos hicieron los alimentos necesarios para la vida de los nuevos seres. Para hacer a dichas criaturas, los dioses, con la masa amarilla y la masa blanca formaron el cuerpo y lo fortalecieron poniéndole carrizos por dentro. Nomás fueron creadas así cuatro gentes de razón los cuales fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iquí Balam. Cuando se les requirió para que hablaran, vieran y pensaran, mostraron tener inteligencia y conocer lo que había a su alrededor y aun lo que no era visible.

Los dioses hicieron entonces a gentes de sexo femenino. Para ello, durmieron a los machos y crearon a las hembras. Al despertar de su sueño, las vieron con regocijo, pues eran hermosas. Les pusieron nombres apropiados, que evocaban la imagen de la lluvia según las estaciones. Se conocieron en la intimidad de sus cuerpos y engendraron hijos con los que se empezó a poblar la tierra. Muchos de estos descendientes fueron, con el tiempo, grandes y diestros y poseyeron artes difíciles, no reveladas nunca a los vulgares. Estos fueron escogidos por los dioses, desde las tinieblas, para ser Adoradores y Sacrificadores, que son oficios de dignidad, que no a todos conviene ejercer.