Tzvetan Todorov
"Cortés y Moctezuma: de la comunicación"

Traducción de Tomás Segovia

Para Boris

El encuentro más asombroso de la historia occidental es sin duda el descubrimiento de América--o más bien el de los americanos. En los descubrimientos de los otros continentes no hay verdaderamente ese sentimiento de extrañeza radical: los europeos no ignoraron nunca del todo la existencia de África, o de la India, o de China; el recuerdo está siempre ya presente, desde los orígenes. La luna está más lejos que América, pero sabemos hoy que ese encuentro no lo es, que ese descubrimiento no incluye sorpresas del mismo género: para poder fotografiar a un ser humano en la luna, es necesario que un cosmonauta vaya a colocarse delante del aparato; y en su escafandra no se ve más que un solo reflejo, el de otro terrícola. A principios del siglo diez y seis, los indios de América, en cambio, están bien presentes, pero se ignora todo de ellos.

Ese encuentro, como es sabido, tomará la forma de una guerra y de una exterminación: nuevo motivo de escándalo, que se oscurece momentáneamente ante este otro: ¿Cómo es que los españoles ganaron esa guerra? Para quedarnos tan sólo con el primer episodio (pero es decisivo), el de la conquista de México: ¿cómo explicarse que Cortés, a la cabeza de menos de mil hombres, haya logrado apoderarse del reino de Moctezuma, que dispone de varios centenares de miles de guerreros? Trataré de comentar esta cuestión a través de la lectura de tres relatos de la época: el de los testigos aztecas; el del propio Cortés, y el de un soldado español, autor de una de las más bellas crónicas que existen: Bernal Díaz del Castillo.*

Recordaré primero brevemente las respuestas que suelen darse. Durante la primera fase de la conquista, está el comportamiento ambiguo del propio Moctezuma, el cual, incluso si no toma a Cortés por una reencarnación de Quetzalcóatl, como quiere la leyenda, no por eso deja de ser enigmático: ante los enemigos, se resiste a utilizar su inmenso poder, como si no estuviera convencido de querer vencer. Después de su muerte, la resistencia azteca se organiza, pero Cortés aprovecha muy hábilmente las divisiones internas de las tribus indias que pueblan el territorio mexicano: los aztecas son ya a su vez colonizadores, odiados de todos: de modo que al final tiene bajo sus órdenes un ejército numéricamente comparable con el de los aztecas: sus unidades están compuestas a menudo por cuatro jinetes españoles y diez mil combatientes indios a pie.

Al lado de esto hay cierto número de hechos materiales y técnicos: los españoles disponen de algunas armas superiores, en especial armas de fuego (de hecho muy poco numerosas y a menudo inutilizables): sacan grandes ventajas de sus caballos en tierra, y, en el agua de los lagos que rodean a México, de los bergantines que construyen, embarcaciones que les dan una superioridad esencial, inauguran también, sin saberlo, la guerra bacteriológica, puesto que traen la viruela.

La explicación que quisiera proponer se sitúa en otro plano, se refiere a los comportamientos, no a las armas: se trata de una manera diferente de practicar la comunicación.

Digamos de inmediato que no hay inferioridad "natural" del lado de los aztecas. Las primeras personas que aprenden la lengua de los otros, durante las campañas que relata Bernal Díaz, son efectivamente dos indios, a los que los españoles llaman Julián y Melchor. Moctezuma trata naturalmente de informarse sobre sus adversarios, y no deja de enviar espías a su campamento.

Y sin embargo hay en él como un rechazo global del acto de comunicación. Durante el primer período de la conquista, cuando los españoles están todavía cerca de la costa, el principal mensaje enviado por Moctezuma es que no quiere que haya intercambio de mensajes. No le regocija recibir informaciones, todo lo contrario: he aquí cómo lo describen los relatos aztecas: "Motecuhzoma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna" (A, 2, l7). "Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de grande temor y como que se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia" (A, 3. 32). Hecho revelador: Moctezuma maltrata a sus informantes. Cuando un hombre llega de la costa para describirle lo que ha visto, Moctezuma le da las gracias pero ordena a sus guardias: "llevad a éste y ponedle en la cárcel del tablón, y mirad por él" (A. 2. 16). Los nigromantes tratan de interpretar los presagios sobrenaturales, y Moctezuma los encierra también en la cárcel; cuando se escapan, decide castigarlos de manera ejemplar: "llamad a los principales [...] que vayan a los pueblos donde ellos están, y maten a sus mujeres e hijos, que no quede uno ni ninguno y les derriben las casas" (A, 2, 15). Se comprende que, en estas condiciones, los voluntarios para informar sobre el comportamiento de los españoles o para interpretarlo se vuelvan difíciles de encontrar. Bernal Díaz cuenta también que los malos consejeros son ejecutados inmediatamente: “y supimos que le sacrificaron, pues tan caro les costó sus consejos" (D. 36, 59). "Y aún oí decir que como no les sucedió bien lo que los papas y las suertes y hechiceros les dijeron, que sacrificaron a dos de ellos" (D. 66, 31). A sabiendas de que los indios no pueden leerlas, Cortés les envía cartas, contando con el efecto secundario del objeto enviado; en un gesto simbólico de rechazo, los indios queman esas misivas en el altar de sus dioses.

Así se crea una situación paradójica. Siendo así que los indios están en su tierra y los españoles sumergidos en un país extraño, son éstos los que conocen bien el estado de sus adversarios, mientras que aquéllos lo ignoran. Si los indios hubieran sabido, escribe a menudo Bernal Díaz, que pocos éramos en aquel momento, y qué débiles y agotados estábamos...; pero no lo supieron. Todas las acciones de los españoles toman a los indios por sorpresa, como si fueran estos últimos los que llevaran a cabo una guerra regular y los españoles los hostigaran en un movimiento de guerrilla...

Si la comunicación entre hombres es tan poco eficaz de este lado, es que Moctezuma trata de recibir sus informes de los dioses más que de los hombres: "porque parece ser, como Moctezuma era muy devoto de sus ídolos, que se decían Tezcatepuca e Huichilobos: el uno decían que, era dios de la guerra y el Tezcatepuca el dios del infierno, y les sacrificaban cada día muchachos para que le diesen respuesta de lo que había de hacer de nosotros" (D, 41. 69). "Y supimos muy de cierto que cuando lo supo Montezuma que sintió gran dolor y enojo, y que luego sacrificó ciertos indios a su ídolo Uichilobos, que le tenían por dios de la guerra, porque le dijese en lo que había de parar nuestra ida a México, o si nos dejaría entrar en su ciudad" (D. 83. 150). El relato azteca de la llegada de los españoles no consiste en testimonios humanos sino en signos enviados por los dioses, en presagios: un cometa, un incendio, el rayo, hombres con dos cabezas... Y naturalmente, cuando los dirigentes del país, ya sean los caciques de Tlaxcala, o Moctezuma, o Cuauhtémoc, desean comprender el presente, se dirigen, no a quienes sean conocedores de los hombres, sino a los que practican el intercambio con los dioses: "y dizque no los quisieron escuchar de buena gana; y lo que sobre ello acordaron fue que luego mandaron llamar todos los adivinos y papas y otros que echaban suertes, que llaman tacalnaguas, que son como hechiceros, y dijeron que mirasen por sus adivinanzas y hechizos y suertes qué gente éramos y si podríamos ser vencidos dándonos guerra de día y de noche a la contina" (D. 66. 113).

Los indios de México viven en una sociedad cerrada que no conoce una verdadera alteridad humana. Hay por supuesto diferencias entre aztecas, tlaxcaltecas y totonacas, pero esas diferencias son transpuestas inmediatamente en un plano jerárquico: los otros son aquellos a los que se subordina, entre los cuales se reclutan las víctimas sacrificiales. La llegada de los españoles, que no pueden asimilarse a los totonacas, desencadena el único otro dispositivo que conocen: el intercambio con los dioses. Por eso toman a Cortés por un dios, incluso si no es Quetzalcóatl, y se dirigen a los magos, mejor que a los espías, para obtener informes sobre los conquistadores. La alteridad pasa aquí por la teología, los indios escuchan un discurso divino allí donde no hay más que hombres ávidos de oro y poder.

La producción de las señales no es más feliz que su recepción. Los aztecas saben, naturalmente, disimular o disfrazar la verdad cuando ésta les es desfavorable. Sin embargo, Moctezuma mismo entrega informes preciosos a sus carceleros, y si Cuauhtémoc es apresado, acarreando así el fin de la resistencia, es que intenta huir en una barca ricamente decorada de insignias reales; es como si, para ellos, los signos emanasen natural y necesariamente de las cosas que designan, y no fuesen un arma destinada a manipular al prójimo. La mayoría de los mensajes dirigidos hacia los españoles impresionan por su ineficacia. Para convencerlos de abandonar el país, Moctezuma les envía cada vez oro; pero nada podía decidirlos mejor a quedarse. Otros jefes les ofrecen con la misma finalidad, mujeres; pero éstas se convierten entre las manos de los españoles en una de las armas más peligrosas que hay, a la vez defensiva y ofensiva. Para desalentar a los españoles, los guerreros aztecas les anuncian que serán sacrificados y comidos todos ellos, por los propios guerreros o por los animales salvajes, y cuando una vez toman prisioneros, se las arreglan para sacrificarlos ante los ojos de los soldados de Cortés. El final es en efecto el que habían anunciado: "y estaban aguardando abajo otros indios carniceros, que les cortaban brazos pies, y las caras desollaban, y las adobaron y después como cuero de guantes, y con sus barbas las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacían borracheras, y se comían las carnes con chilmole" (D. 152. 352-353). Pero esa poco envidiable suerte de sus camaradas no puede producir en los españoles más que un solo efecto: combatir con más determinación, puesto que ya no les queda sino una alternativa: vencer--o morir en la cacerola. O también este otro episodio conmovedor que relata Bernal Díaz: los primeros enviados de Moctezuma pintan para él un retrato de Cortés, seguramente muy parecido, puesto que la siguiente delegación va encabezada por "un gran cacique mexicano, y en el rostro y facciones y cuerpo se parecía al capitán Cortés [...] y como parecía a Cortés, así le llamábamos en el real. Cortés acá, Cortés acullá" (D. 39. 66). Pero esa tentativa de actuar sobre Cortés con ayuda de una "magia por semejanza" no va seguida, por supuesto, de ningún efecto.

Ineficaces en sus mensajes dirigidos hacia (o contra) los españoles, los aztecas no logran mejor éxito en la comunicación con los otros indios. Los regalos de Moctezuma, que producían en los españoles un efecto contrario al que había imaginado, le resultan también contraproducentes frente a su propia población, puesto que connotan su debilidad, y determinan así a otros jefes a cambiar de campo: "decían unos caciques a otros que ciertamente éramos teules [seres de origen divino], pues que Moctezuma nos había miedo, pues enviaba oro en presentes. Y si de antes teníamos mucha reputación de esforzados, de allí adelante nos tuvieron en mucho más" (D. 48. 82). Puede uno preguntarse, por otra parte, si el uso constante de la pintura para transmitir mensajes, en lugar de la escritura, no contribuye también a la circulación de una información imperfecta, borrosa, inexacta.

En el primer contacto de la tropa de Cortés con los indios, los españoles declaran a éstos que no buscan la guerra sino la paz, el amor: "Y no se curaron de responder con palabras, sino con flechas muy espesas que comenzaron a tirar" (C. 1, 27). Los indios no se dan cuenta de que las palabras pueden ser un arma tan peligrosa como las flechas. Unos días antes de la caída de México, la escena se repite: a las propuestas de paz formuladas por Cortés, vencedor ya de hecho, los aztecas contestan: "no tornen a hablar sobre paces, pues las palabras son para las mujeres y las armas para los hombres" (D. 154, 361). Esta repartición acaso no es equivocada, lo que los aztecas no ven, sin embargo, es que serán las mujeres las que ganarán la guerra: en sentido propio, si se piensa en el papel desempeñado por la Malinche, y en sentido figurado, puesto que los españoles triunfan con ayuda de las palabras.

Los españoles no llegan a dominar la comunicación de buenas a primeras. Durante las expediciones anteriores a la de Cortés, se contentan con juntar lo más de oro que pueden en el menor plazo posible, sin tratar de averiguar nada sobre los indios. Los primeros traductores de que disponen, dos indios, no inspiran confianza a los españoles, que se preguntan a veces si aquéllos no están diciendo lo contrario de lo que se les ha pedido. Tampoco se preocupan mucho los españoles de la impresión que dejan a sus interlocutores con su comportamiento: amenazados, huyen, dando así testimonio de su propia vulnerabilidad.

El contraste es impresionante desde los primeros gestos de Cortés. Castigará severamente a los saqueadores en su propio ejercito, los que toman lo que no hay que tomar y a la vez dan una impresión desfavorable de sí mismos. "Y después que vio el pueblo sin gente y supo cómo Pedro de Alvarado había ido al otro pueblo, y que les había tomado gallinas y paramentos y otras cosillas de poco valor de los ídolos, y el oro medio cobre, mostró tener mucho enojo de ello [...]. Y reprendióle gravemente a Pedro de Alvarado, y le dijo que no se habían de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando a los naturales su hacienda [...]. Y les mandó volver el oro, y paramentos y todo lo demás, y por las gallinas, que ya se habían comido, les mandó dar cuentas y cascabeles: y más dio a cada indio una camisa de Castilla" (C, 25, 41-4 l). O más tarde: "un soldado que se decía fulano de Mora, natural de Ciudad Rodrigo, tomó dos gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó a ver, hubo tanto enojo de lo que delante de él se hizo por aquel soldado en los pueblos de paz, en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga a la garganta" (D. 51. 86).

Lo que Cortés quiere no es prender, sino comprender; es el significante lo que le interesa en primer lugar, no el significado. Su expedición empieza por una búsqueda de información, no de oro. Es muy impresionante ver que la primera acción importante que emprende es la búsqueda de un intérprete. Oye hablar de algunos indios que emplean palabras españolas; saca la conclusión de que tal vez hay españoles entre ellos, náufragos de expediciones anteriores; se informa y le confirman sus suposiciones. Ordena entonces a dos de sus barcos que esperen durante ochos días, después de haber enviado un mensaje a esos intérpretes potenciales. Después de varias peripecias, uno de ellos, Gerónimo de Aguilar, se une a la tropa de Cortés, a quien le cuesta trabajo reconocer en él a uno de los suyos, hasta tal punto ha llegado a parecerse a los indios: “le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hombro, una cotara vieja calzada y la otra a la cintura, y una manta vieja muy ruin, y un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas" (D, 29, 47). Ese Aguilar, convertido en intérprete oficial de Cortés, le será de una utilidad inapreciable.

Pero Aguilar no habla más que la lengua maya, diferente de la de los aztecas. El segundo personaje esencial en esa búsqueda de “lenguas" es la Malinche, o doña Marina, como la llaman los españoles. Noble despojada de sus derechos, reducida a la esclavitud, es ofrecida a los españoles durante uno de los primeros encuentros. Escoge sin vacilar el bando de los conquistadores, y como habla igualmente bien las dos lenguas, la de los mayas y la de los aztecas, se convierte en un eslabón indispensable en la transmisión de la información hacia y a partir de Cortés. No sería exagerado decir que la conquista de México hubiera sido imposible sin ella (o alguna otra persona que hubiera desempeñado ese papel). Es seguro que la Malinche no se contenta con traducir las palabras, sino que opera una especie de conversión cultural, transponiendo para Moctezuma los deseos de Cortés y recíprocamente, revelando a éste el sentido indirecto de tal o cual comportamiento de los aztecas. Cortés tiene visiblemente plena confianza en ella y la lleva consigo a todas partes, los aztecas sin duda perciben también su papel, puesto que dan a Cortés como sobrenombre el nombre de su intérprete (no es ya la mujer la que toma el nombre de hombre, sino al revés): le llaman Malinche...

Más tarde, varios españoles aprenden el náhuatl, la lengua de los aztecas, y saben sacar buen provecho de esa ventaja. Por ejemplo, Cortés da a Moctezuma un paje que habla su lengua, la información fluye en los dos sentidos, pero su interés es muy desigual. "Y luego Montezuma le demandó a Cortés un paje español que le servía, que sabía ya la lengua, que se decía Orteguilla y fue harto provechoso, así para Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiría y sabía muchas cosas de las de Castilla Montezuma, y nosotros de lo que le decían sus capitanes" (D, 95, 185).

Habiéndose asegurado así de comprender la lengua, Cortés no pierde ninguna ocasión de reunir nuevas informaciones: “después que hubimos comido, Cortés le preguntó con nuestras lenguas de las cosas de su señor Montezuma" (D. 61, 103). “Luego Cortés apartó a aquellos caciques y les preguntó muy por extenso las cosas de México" (D, 78, 134). Cuando recibe informaciones, nunca deja de recompensar generosamente a quien se las trajo. Está dispuesto a escuchar consejos, aunque no siempre los sigue puesto que las informaciones han de ser interpretadas. Mientras Cuauhtémoc ostenta imprudentemente las insignias reales en la barca que debía permitirle huir, los oficiales de Cortés, por su lado, recogen inmediatamente toda información que puede incumbirle y llevar a su captura. “Sandoval luego tuvo noticia que Guatemuz iba huyendo, mandó a todos los bergantines que dejasen de derrocar casas y barbacoa y siguiesen el alcance de las canoas" (D. 156. 367). "García de Olguín, capitán de un bergantín que tuvo aviso por un mexicano que tenía preso, de cómo la canoa que seguía era donde iba el rey, dio tras ella hasta alcanzarla" (A, 13. 134).

A diferencia de los indios, los españoles no se preocupan de la comunicación con Dios, sino de la comunicación con los hombres; están en la antropología, no en la teología. Naturalmente, uno de los pretextos de la conquista es la propagación de las ideas cristianas y la superioridad política del monoteísmo no es ajena a su éxito. Pero en la práctica, el Dios de los españoles es un ser del que se usa más que se goza (para hablar como los teólogos), la imposición de la religión cristiana es un arma en la conquista material, no una meta en sí. Los españoles sólo escuchan los consejos de Dios cuando coinciden con las sugerencias de sus informadores (“Y así acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios lo encaminaba todo" D, 61, 105); y gritan el nombre de Santiago para darse valor y para asustar a sus adversarios.

En cambio, se ve bien en los escritos de la época que la idea de una alteridad humana no es ajena a los conquistadores. Para describir a los indios buscan comparaciones, que encontrarán ya sea en su propio pasado pagano (grecorromano), ya sea entre esos otros más cercanos a Europa que conocen ya, tales como los musulmanes. Y tal vez debido a esa presencia ya establecida en su universo de una casilla vacía destinada al prójimo, están animados de un deseo de comunicarse que contrasta fuertemente con las reticencias de Moctezuma. El primer mensaje de Cortés es "que pues habíamos pasado tantas mares y veníamos de tan lejanas tierras solamente por verle y hablar de su persona a la suya, que si así se volviese que no le recibirá de buena manera nuestro gran rey y señor" (D. 39. 67) "... y el capitán les habló con los intérpretes que teníamos, y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de aquella tierra hasta saber el secreto della, para poder escribir a vuestra majestad verdadera relación della" (C, 1, 25). Desde el comienzo, los españoles se encuentran en una posición privilegiada porque tienen el papel activo. Los indios no quieren comunicarse ni cambiar nada en su vida; no son ellos los que han cruzado el Atlántico o los que tratan de conquistar España; no son ellos los que pretenden ser los bienhechores de los otros (o los que pretenden cualquier otra cosa): toda la iniciativa está reservada al campo contrario.

No es sólo la interpretación de los mensajes lo que se logra mejor del lado de los españoles; los mensajes que envían son también más eficaces. Cortés destila prudentemente la verdad en sus propias expresiones, la protege contra los espías: a los que apresa les manda cortar las manos. Es que quiere controlar exactamente las informaciones que emanan de él: si su mensaje a Moctezuma es ambiguo, no será por indecisión, sino para impedir que el otro conozca la verdad.

La primera preocupación de Cortés, cuando es débil, es hacer creer a los otros que es fuerte, no dejarles descubrir esa verdad; esa preocupación es además constante: "... pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino, no me pareció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo impedía" (C. 2, 63). "E yo, viendo que mostrar a los naturales poco ánimo, en especial a nuestros amigos, era causa de más aína dejarnos y ser contra nosotros, acordándome que siempre a los osados ayuda la fortuna..." (C. 2, 124); "... y por no mostrar flaqueza ni temor a los naturales de la tierra, así a los amigos como a los enemigos, me pareció que no debía cesar la jornada comenzada" (C, 2. 129); "... aunque era otro nuestro camino, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algún mal sabor: y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardía lo dejábamos de hacer..." (C. 3. 168); "... porque los de la ciudad no tomasen más orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada día algunos españoles de pie y de caballo, con muchos de nuestros amigos, iban a pelear a la ciudad" (C, 3. 206); "...como nos convenía mostrar más esfuerzo y ánimo que nunca y morir peleando, disimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos" (C. 3. 208), etc.

Cortés es un hombre sensible a las apariencias en general. Cuando es nombrado jefe de la expedición, sus primeros gastos serán para comprarse un traje imponente: "se comenzó de pulir y ataviar su persona mucho más que de antes y, se puso su penacho de plumas con su medalla y una cadena de oro" (D. 20, 33). También tiene fama de saber hablar, y Bernal Díaz lo muestra a menudo en acción, especialmente ante sus soldados: "porque era de buena conversación y apacible" (D, 20, 33), "porque Cortés siempre atraía con buenas palabras a todos los caciques" (D. 36, 60). "Y Cortés les consoló con palabras amorosas que se las sabía muy bien decir" (D. 86, 15 6 ).

Pero no se preocupa menos de la reputación de su ejército, y contribuye muy conscientemente a su elaboración. Cuando sube con Moctezuma a la cúspide de uno de los templos de México, de ciento catorce escalones de alto, el emperador azteca le invita a descansar. "Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna (D. 92, 173). Cuando entra por primera vez en la ciudad de México, se niega a que los acompañe un ejército de indios aliados, pues tal cosa podría interpretarse como signo de hostilidad: en cambio, cuando recibe, después de la caída de México, a los mensajeros de un jefe lejano, hace ostentación de todo su poder: "y porque viesen nuestra manera y lo contasen allá a su señor, hice salir a todos los de caballo a una plaza, y delante dellos corrieron y escaramuzaron; y la gente de pie salió en ordenanza y los escopeteros soltaron las escopetas, y con la artillería fice tirar a una torre" (C. 3, 231). Y su táctica militar preferida será, puesto que hace creer en una fuerza cuando es débil, simular la debilidad precisamente cuando es fuerte para atraer a los aztecas a celadas mortíferas.

Durante toda la campaña, Cortés manifiesta su gusto de las acciones espectaculares bien consciente de su valor simbólico. Es esencial, por ejemplo, ganar la primera batalla con los indios: destruir sus ídolos al primer reto de los sacerdotes, para mostrar su invulnerabilidad; castigar rara vez pero de manera ejemplar, y de manera que todos lo sepan; ganar el primer encuentro de los bergantines con las canoas de los indios; quemar tal palacio situado en el interior de la ciudad para mostrar lo fuerte que es su avance, subir a lo alto de un templo para que todos le vean.

Hasta el uso que hace Cortés de sus armas es de una eficacia simbólica más que práctica. Se manda construir una catapulta que no funciona; no importa: "Y aunque otro fruto no hiciera, como no hizo, sino el temor que con él se ponía, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto" (C, 3, 219). Ya al principio de la expedición organiza verdaderos espectáculos de "luz y sonido" con sus caballos y sus cañones (que no sirven entonces para ninguna otra cosa); su cuidado en la escenificación es muy notable. Esconde en un lugar una yegua, y pone cerca de ella a sus huéspedes indios y un garañón, las manifestaciones ruidosas de este asustan a aquellas personas que no han visto nunca un caballo. Escogiendo un momento de calma, Cortés manda disparar los cañones que están también muy cerca. En otra ocasión, lleva a sus invitados a un lugar donde el suelo es duro, para que los caballos puedan galopar rápidamente, y manda otra vez disparar salvas con los cañones. Sabemos por los relatos de los aztecas que esas escenificaciones no erraban el blanco: "Y en ese momento los enviados perdieron el juicio, quedaron desmayados. Cayeron, se doblaron cada uno por su lado: ya no estuvieron en sí" (A. 3. 28).

Todos los testimonios concuerdan en el sentido de que los españoles dominan la comunicación mejor que los aztecas. E incluso si los testimonios mintiesen, la prueba quedaría de todos modos administrada: basta confrontar la crónica de Bernal Díaz con los relatos aztecas de la misma época para notar el contraste entre el carácter abstracto, poco detallado, poco perceptivo de éstos, y, en el español, la increíble profusión de observaciones concretas, de anotaciones sobre uno y otro bando, para darse cuenta de que los indios no comprendían a los españoles. Es seguro que ese mejor dominio de la comunicación es una condición esencial de la conquista.

La relación de determinación está claramente presente, pero su existencia misma no es por ello menos problemática. ¿Por qué comprender lleva a apoderarse? ¿Por qué, en el caso de la conquista de México, esa mejor percepción del prójimo se pone al servicio de su destrucción?

Podría imaginarse que, habiendo aprendido a conocer a los aztecas, los españoles los hubieran encontrado tan odiosos que los hubieran declarado, a ellos y a su cultura, indignos de vivir. Pero la verdad es lo contrario. Cuando Cortés tiene que formular un juicio sobre los indios de México, será siempre para compararlos con los propios españoles. "Por una carta mía hice saber a vuestra majestad cómo los naturales destas partes eran de mucha más capacidad que no los de las otras islas, que nos parecían de tanto entendimiento y razón cuanto a uno medianamente basta para ser capaz" (C. 3. 239): "en su servicio y trato de la gente della [de la ciudad de México] hay la manera casi de vivir que en España, y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas" (C, 2, 91).

Las ciudades de los mexicanos, piensa Cortés, son tan civilizadas como las de los españoles, y da de ello una prueba curiosa: "y aun hay mucha gente pobre, y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres en España, y en otras partes que hay gente de razón" (C. 2. 60). De hecho las comparaciones son siempre en favor de México, y no puede dejar de impresionar su precisión, incluso si se tiene en cuenta el deseo de Cortés de alabar los méritos del país que quiere regalar a su emperador: “me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y más bien edificada que el castillo de Burgos" (C. 2. 76); "... que parece propiamente alcaicería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad" (C, 2. 87): "la torre [...] es una plaza harto mayor que la de Salamanca" (C. 3, 198). En resumen: "E por tanto no me porné en expresar cosa dellas, más de que en España no hay su semejante" (C, 2, 92).

Las costumbres de los aztecas, o por lo menos de sus dirigentes, son más refinadas que las de los españoles. Cortés describe con asombro los platos calentados del palacio de Moctezuma: "Y porque la tierra es fría, traían debajo de cada plato y escudilla de manjar, un braserico con brasa, por que no se enfriase" (C, 2, 94), y Bernal Díaz hace otro tanto con los retretes: "tenían por costumbre que en todos los caminos tenían hechos de cañas o pajas o yerba, porque no los viesen los que pasasen por ellos; allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres" (D, 92,172).

Pero ¿por qué limitarse solamente a España? Cortés está convencido de que las maravillas que ven son las más grandes del mundo: "ni es de creer que algunos de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad" (C, 2, 83); "en todo el mundo no se podía hacer ni tejer tal, ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores" (C, 2, 84). "Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte" (C, 2, 88); "Tan al natural lo de oro y plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese" (C, 2, 92); "porque era la ciudad de México la más hermosa cosa del mundo" (C, 3. 21l). Y las únicas comparaciones que encuentran Bernal Díaz están sacadas de los cuentos de hadas: "y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres cúes y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños" (D, 87, 159).

¡Tanto encantamiento seguido sin embargo de una destrucción tan completa! Bernal Díaz escribe melancólicamente, evocando su primera visión de México: "digo otra vez lo que estuve mirando, que creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como éstas [...]. Ahora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa" (D, 87, 159).

No basta admirar para no destruir. Ni comprender; casi dan ganas de decir al contrario; y puede compartirse el espanto de ciertos etnólogos contemporáneos al darse cuenta de que sus trabajos son utilizados por los conquistadores modernos. Comprender al prójimo, incluso al próximo, y correlativamente hacerse comprender de él, ¿no es siempre asimilarlo, reducirlo a uno mismo, y por lo tanto destruirlo?

Moctezuma se sitúa en un primer nivel de incapacidad semiótica: se equivoca sobre las señales del otro y las interpreta mal, sus propios mensajes no alcanzan su objetivo y es incapaz de percibir a los españoles como seres a la vez semejantes (humanos) y diferentes. Cortés ocupa un nivel superior: domina la comunicación y sabe poner en práctica los resultados obtenidos gracias a ella. Pero si percibe correctamente al otro como objeto, es incapaz de apreciarlo en cuanto sujeto diferente: a pesar de su admiración por los artesanos mexicanos, está convencido de pertenecer por su parte a un grupo humano superior (y no sólo diferente). El emperador de los españoles es el más grande, el Dios de los cristianos es el más fuerte; casualmente, Cortés, que piensa eso, es español y cristiano. El egocentrismo, y por lo tanto la ignorancia de uno mismo, está en la base de su actitud frente a los aztecas, como estaba en la de los aztecas frente a los totonacas.

Es posible tal vez imaginar un conocimiento del prójimo que no se convierta en su absorción pura y simple, un reconocimiento de la alteridad que no se transforme inmediatamente en la atribución de un lugar (diferente) en una misma y única escala de valores, un yo que no ve en cada él a otro yo, degradado o magnificado, entre otras cosas porque sabe que hay uno o ellos en el interior del propio yo. Pero ¿se verá alguna vez a un Estado regular su política según este reconocimiento del derecho del prójimo a seguir siendo otro? Lo espero y lo dudo.

Primero de marzo de 1979

* He aquí las referencias de los textos utilizados: 1) Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, editado por Miguel León Portilla, versión de textos nahuas de Ángel Maria Garbilla K., 5a edic. UNAM, México, 1971. Esta obra está constituida por extractos de relatos recogidos en su mayor parte de fray Bernardino de Sahagún: por ello, su autenticidad es problemática, pero no dejan de ser una preciosa fuente de información. 2) Hernán Cortés: Cartas de relación de la conquista de México. Espasa-Calpe. Buenos Aires. 1945 (col. Austral). 3) Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Porrúa. México. 1976 (11a edic.). Las dos cifras de mis referencias remiten para cada uno de esos libros: la primera al número de capítulo (en el caso de Cortés, de carta): el segundo, a la página correspondiente en las ediciones citadas: estas cifras van precedidas de una letra: A para el primer título, C para el segundo, D para el tercero. La ortografía correcta del nombre del emperador azteca, parece ser Motecuhzoma.


Ayuda léxica

"Los indios de México viven en una sociedad cerrada que no conoce una verdadera alteridad humana"
"Alteridad" significa otredad, reconocer las diferencias entre uno y los otros

"Los españoles no llegan a dominar la comunicación de buenas a primeras"
"De buenas a primeras" significa inmediatamente, en seguida

"les había tomado gallinas y paramentos"
"Paramentos" son ropas sacerdotales y otros objetos que adornan el altar

"un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas"
Aquí se está describiendo la ropa que llevaba Gerónimo de Aguilar para cubrir los órganos genitales.

"gritan el nombre de Santiago para darse valor"
Recuerden que desde la época de la Reconquista, la figura de Santiago fue empleada para animar a los españoles cristianos en su lucha contra los infieles.

"Cortés destila prudentemente la verdad en sus propias expresiones"
Significa que Cortés filtra selectivamente la verdad, no dice nada que daría una ventaja estratégica a los aztecas

"¿Por qué comprender lleva a apoderarse?"
Todorov pregunta por qué la comprensión superior (de los españoles) necesariamente resulta en su capacidad de hacerse dueño de las tierras y riquezas del imperio azteca

"esa mejor percepción del prójimo"
"El prójimo" significa los demás hombres, respecto de cada uno de nosotros (ej: "No hagamos al prójimo lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros")

"parece propiamente alcaicería de Granada en las sedas"
"Alcaicería" es un barrio en que se vende la seda. Por el prefijo "al-" se puede adivinar que la palabra es de origen árabe. Seguramente se refiere aquí al reinado musulmán de Granada.

"parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís"
El Amadís de Gaula es una novela de caballerías escrita por Garci Rodríguez de Montalvo en 1508. Este género de novelas se trata de las aventuras fantásticas de un héroe que encarna los valores caballerescos (valentía, búsqueda de la perfección moral, idealización poética del amor). Es una muestra importante de la cultura del Renacimiento.

"incapacidad semiótica"
Todorov está refiriéndose a la teoría de la semiótica, es decir, del uso de los signos en la comunicación. Una incapacidad semiótica de parte de un individuo quiere decir que interpreta equivocadamente la relación entre los signos (lingüísticos o gestuales) y los conceptos que representan; el resultado es un acto de comunicación fallido.