La rebelión de los comuneros (1519-1521)
Las causas de la rebelión
de los comuneros se pueden dividir en dos tipos. Por un lado están las razones
externas: ante la sucesión de Isabel la Católica, los castellanos preferían
al príncipe Fernando (rey de Aragón) porque había sido educado en Castilla,
mientras que Carlos (nieto de los Reyes Católicos) era considerado un extranjero.
Además, el séquito de Carlos estaba formado por borgoñones que enviaban grandes
cantidades de dinero hacia los Países Bajos. Los castellanos pensaban que el
gobierno de Carlos no defendería sus intereses. El levantamiento tuvo como detonante
el nombramiento imperial; entendieron que el nuevo rey sacrificaría la hegemonía
castellana por una política imperial y dinástica.
Estas son las causas
externas que llevan al levantamiento, pero además en el reino castellano se
daban una serie de características que se sitúan en el origen de la revuelta.
Castilla era un territorio profundamente dividido y con intereses opuestos.
La Castilla interior, zona de mayor actividad comunera, se veía cada vez más
desplazada del dominio comercial. Ciudades importantes, como Burgos y Segovia,
nacidas en la Edad Media, veían amenazadas sus libertades y su prosperidad económica.
La guerra de la Comunidades ha sido interpretada en más de una ocasión como
el primer enfrentamiento entre el centro y la periferia.
Apenas coronado rey,
Carlos reúne dos veces las cortes de Castilla tratando de obtener un apoyo económico
para su empresa imperial que no consiguió. En ellas encuentra una fuerte oposición;
las Cortes plantean la necesidad de que el rey respete las leyes de Castilla
y que separe de los centros de poder a los extranjeros.
Coronado emperador,
Carlos sale de España sin haber conseguido el nuevo impuesto. En ese momento
ya se había iniciado la revuelta. En Toledo se estableció la primera Comunidad.
Esta ciudad convoca a las cuatro ciudades más importantes para formar una Junta
revolucionaria que debía de estar por encima de las decisiones del rey, exigiendo
el control de todos los poderes del estado. Ante estas pretensiones los moderados
se retiraron. Antes de abandonar Castilla, Carlos V se había asegurado el apoyo
de la alta nobleza a la causa real.
La revuelta comunera
se convirtió no sólo en una cuestión política, sino también en una cuestión
social. A pesar de ser una rebelión esencialmente urbana--los comuneros estaban
representados fundamentalmente por las capas medias de la sociedad, la baja
nobleza con intereses políticos, y los comerciantes y fabricantes con intereses
económicos--también fue un movimiento campesino. Las simpatías de estos grupos
hacia los comuneros pronto se convirtieron en una revuelta antiseñorial.
Frente a esto la alta nobleza no estuvo nunca del lado de las Comunidades, pese
a que detestaban igualmente a los flamencos y la situación en la que se encontraba
el reino. Apoyaron el bando realista cuando las comunidades atacaron directamente
sus intereses, es decir cuando la revuelta se convierte en un movimiento antiseñorial.
El levantamiento perdió
fuerza con la retirada de Burgos de la Comunidad y el cambio del clero, que
vuelve a apoyar a Carlos. El ejército imperial venció a los comuneros en la
batalla de Villalar (1521), y los dirigentes comuneros
Padilla, Bravo y Maldonado fueron ajusticiados. La revuelta, que
había comenzado como un movimiento antiextranjero,
acabó como una revuelta social en un principio urbana y luego campesina antiseñorial. La victoria imperial afianzó el autoritarismo
real y provocó la decadencia de los grupos burgueses, los cuales habían promovido
los levantamientos.
Las pretensiones de
los Comuneros eran muy concretas pero a la vez muy amplias: limitar el poder
real, y el poder de la nobleza, reducir los impuestos, reducir el gasto público,
una mayor participación política de las ciudades, una reducción de la exportaciones
de lana y una mayor protección a la industria textil.
Tras ser sofocada la revuelta, las Cortes de Castilla presentan un programa
al emperador que, tras la aceptación general de Carlos como rey de Castilla,
recogía una serie de exigencias: que volviera a Castilla, que excluyera del
gobierno del reino a los extranjeros, que contrajera matrimonio para asegurar
la sucesión, que convocara las Cortes cada tres años, que redujera los gastos
de la Corte y que el impuesto de la Alcabala fuera recaudado por las ciudades.