Heredero de los Habsburgo, cuya dinastía, desde 1438, había ocupado constantemente el trono imperial, Carlos V recibe, entre 1506 y 1519, tres herencias que le convierten en el dueño de un dominio sin igual en Europa.
De su padre, descendiente del Temerario, hereda Artois, Flandes, Brabante, Luxemburgo y el Franco Condado.
Por su madre, desestimada por incapaz, es rey de Aragón y de Castilla, con sus dependencias de Italia (Cerdeña, Sicilia, Nápoles), a las que se añade la inmensa América.
De su abuelo Maximiliano adquiere las posesiones familiares de los Habsburgo, es decir los archiducados de Alta Austria y Baja Austria y sus anejos (Estiria, Carniola, Carintia, el condado del Tirol, el landgraviato de Alta Alsacia).
Elegido emperador en 1519, sueña con unificar los 400 Estados alemanes, corroer las "libertades germánicas", extender más aun su poderío territorial, ya muy temible, de acuerdo con la orgullosa divisa "Siempre más allá" y, por último, regir la cristiandad estableciendo su hegemonía sobre los demás príncipes de Europa.
Para Francia, que es un obstáculo en la reunión de sus dos fragmentos de Europa, representa una amenaza de cerco y desmembramiento, pues desea recuperar los elementos de la herencia borgoñona anexionados por Luis XI a la muerte del Temerario (ducado de Borgoña y Picardía). De ahí las guerras defensivas entabladas por Francisco I y Enrique II, guerras que se hacen generales cuando Francia se alía con los otomanos y los príncipes protestantes de Alemania (liga de Smalkalda) y cuando la Inglaterra de Enrique VIII, preocupada por el equilibrio europeo, bascula de un campo al otro. Francisco I, derrotado y hecho prisionero en Pavía (1525), es salvado por la victoria, en Mohács, del sultán Solimón sobre el rey de Hungría Luis II, cuñado del Emperador, y, en 1529, por la paz de las Damas (o de Cambrai), tratado por el que Carlos V debe renunciar a sus pretensiones sobre Borgoña.
La aplastante derrota de los protestantes alemanes en Mühlberg (1547) será anulada por la entrada de los turcos en Buda, por la pérdida de los Tres obispados (ocupación francesa en 1552) y por la paz de Augsburgo, que asegura la libertad de culto a los príncipes luteranos de Alemania. Si bien Carlos V consiguió contener el peligro otomano, apartado de las costas españolas por su expedición al norte de Africa (ocupación de Tremecén en 1531, de Túnez en 1535), fracasa pese a todo ante Argel de la dignidad imperial, (1541) y renuncia conserva las posesiones definitivamente a su política musulmana y mediterránea.
En América, confirma la implantación española delegando sus poderes en los virreyes de México (1535) y Lima (1544); la plata y el oro comienzan a llegar de México, de Colombia y de Perú a partir de 1545.
Sin embargo, Carlos V había fracasado en sus aspiraciones a la monarquía universal, no por carecer de cualidades personales, sino a causa de sus insuficientes medios: Estados demasiado dispersos, pueblos poco seguros, recursos financieros mediocres hasta tanto las minas de América no llegaran a su pleno rendimiento. La edad, el cansancio y una viva piedad llevaron a Carlos V a renunciar a un poder demasiado agobiante ya y a retirarse al monasterio de Yuste, tras haber abdicado de sus distintas dignidades y repartido el Imperio entre su hijo y su hermano menor. Felipe II recibe los países borgoñones, Aragón, Castilla, Sicilia, así como las Nuevas Indias. Fernando I, además de la dignidad imperial, conserva las posesiones tradicionales de los Habsburgo. Así se consagra la escisión entre los dominios alemanes por una parte y los españoles e italianos por otra, pese a la persistencia de los vínculos de interés y de familia.
Georges Duby. Atlas histórico mundial. Barcelona: Debate, 1987. 66-67.