La expulsión de los moriscos (1609)

La asimilación de los descendientes de los habitantes musulmanes de la península a la forma de vida de la mayoría cristiana seguía sin conseguirse a principios del siglo XVII, incluso después de la derrota de los moriscos en las guerras de las Alpujarras. En la mayoría de los casos mantenían sus costumbres y religión por lo que llegaron a considerarse inasimilables. Además se temía que estas poblaciones moriscas ayudasen a los turcos que asediaban el este de Europa o a los piratas berberiscos que atacaban las costas del Mediterráneo.

Tras largos debates, se ordenó la expulsión de los moriscos del reino de Valencia y poco después de los demás reinos peninsulares. Así se culminaba el proceso de unificación religiosa empezado por los Reyes Católicos. Los moriscos fueron embarcados en los puertos españoles y enviados al Magreb. Allí encontraron la hostilidad de una cultura extraña y una lengua que habían dejado de hablar hacía generaciones y que no comprendían.

Algunas zonas sufrieron las consecuencias de esta expulsión. En Valencia se produjo un vacío demográfico que afectó a las tierras de la nobleza, donde los moriscos habían trabajado como hortelanos. En muchas ciudades de Castilla y Aragón muchos oficios artesanos que habían estado tradicionalmente en manos de los moriscos quedaron desatendidos.