Impacto en Iberoamérica de la expulsión de los jesuitas

La expulsión de los jesuitas de América entre 1759 (expulsión de Portugal y por lo tanto del Brasil) y 1767 (expulsión de España y de las Indias españolas) afectó de forma directa a un número importante de personas, instituciones e, indirectamente, a todas las instancias de las monarquías portuguesa y española. Se debió, por una parte, a la política regalista de Carlos III. Desde su llegada al trono de España, el monarca quiso llevar a cabo las propuestas de reforma de la Iglesia por medio de la actuación del poder civil; chocó por tanto con los defensores del poder pontificio y consecuentemente con aquéllos--los jesuitas--que eran considerados máximos representantes del poder papal.

En rigor, esa política regalista y su reforzamiento bajo Carlos III formaron parte del giro absolutista que condujo a lo que se ha llamado despotismo ilustrado. Se trató de un acto de poder absoluto. Pero, según una interpretación paulatinamente impuesta en las últimas décadas (ya casi medio siglo), la expulsión de los jesuitas se produjo también porque éstos eran los educadores por antonomasia de la aristocracia. Eran incluso inspiradores del pensamiento político en que los aristócratas basaban sus aspiraciones políticas. Atacar por tanto a la Compañía implicaba--según esa hipótesis--descabezar en cierto modo a la aristocracia.

Se ha hablado con razón de la influencia de la expulsión de los jesuitas en la independencia de América: influencia, sin embargo, que no se ha atribuido sólo a las corrientes doctrinales, sino también al papel que algunos jesuitas concretos, expulsos, pudieron jugar en determinadas acciones preindependentistas. El caso principal es el del peruano Viscardo.