Unos de
los mayores problemas que acarreó la implantación de la esclavitud fueron las
rebeliones y alzamientos de los negros, hasta tal punto que, en 1520, Carlos
I prohibió la introducción en La Española de negros ladinos (aculturados, no
traídos directamente de Africa) por temor a posibles brotes insurgentes. Fue
frecuente, sin embargo, la huida de los esclavos a bosques y tierras de difícil
acceso. Estos esclavos huidos o cimarrones, agrupados en bandas, llegaron a
formar comunidades conocidas como palenques en toda la zona caribeña,
quilombos en Brasil y cumbes en Venezuela. Eran poblados protegidos
y con varios fuertes en el interior. En estos asentamientos los negros se organizaron
según modelos políticos de origen africano, viviendo de los ataques y pillajes
a las haciendas vecinas y poblados indígenas, pero también de la caza, la siembra
y el tráfico, bien con comerciantes europeos, bien con piratas o contrabandistas
a los que abastecían a cambio de su apoyo y defensa. El fenómeno del cimarronaje
fue tan importante en algunas zonas como México, Panamá y Nueva Granada que
las autoridades españolas realizaron pactos por los cuales se comprometían a
respetar su existencia a cambio de que no aceptaran más esclavos huidos.