La revolución científica
Tras el rico período
del Renacimiento, durante el cual Europa entró en contacto con la ciencia de
la Antigüedad, la primera mitad del siglo XVII es de una importancia capital
en la historia del pensamiento científico, pues ve nacer una nueva ciencia,
moderna, experimental y cuantitativa, que se desarrollará en los siglos siguientes.
Los progresos realizados en las matemáticas son importantísimos: nacen o se
renuevan el álgebra, la teoría de los números, el cálculo de probabilidades,
la geometría proyectiva y el cálculo infinitesimal. Las matemáticas se aplicarán
a las diversas ramas de las ciencias físicas: a la dinámica, a la mecánica celeste
y a la óptica. En el campo experimental se produjeron también enormes progresos
gracias a la invención de las lentes y del microscopio, al descubrimiento de
las leyes de la óptica geométrica y al estudio de fenómenos magnéticos y eléctricos.
En medicina se descubre la circulación mayor de la sangre y se desarrolla la
anatomía microscópica. Durante el siglo XVII se sustituyó la física de las cualidades
por la física cuantitativa, el cosmos jerarquizado y cerrado por un Universo
indefinido y el mundo sentido de la percepción inmediata por el mundo pensado
del matemático. Todo eso era nuevo entonces y para descubrirlo era necesario
que se produjera una verdadera revolución, mirar el mundo con nuevos ojos. En
efecto, estos progresos no se entenderían sin la profunda transformación de
las mentalidades y los métodos científicos y sin la participación de investigadores
audaces, todos ellos creadores de la ciencia moderna: Kepler,
Galileo, Malebranche, Fermat,
Leibniz, Newton, Bacon, Harvey, Napier, Pascal, Descartes, Gassendi,
Torricelli y otros.