Feijoo y Montenegro, Fray Benito Jerónimo (1676-1764)
Monje y ensayista español. El 8 de octubre de 1676 nace en la localidad orensana de Casdemiro y fallece el 26 de diciembre de 1764 en Oviedo. Nació en el seno de una noble familia. Ingresó en la orden benedictina en el Monasterio de San Julián de Samos. Doctor y maestro, se dedicó a la enseñanza de la teología en el Monasterio de San Vicente de Oviedo desde 1709; fue abad de este monasterio tres veces. Importante ensayista y literato, fue una de las mentes más lúcidas y defensor de las ideas ilustradas de su tiempo. Estuvo influenciado por la Ilustración francesa y por la tradición erasmista española, en especial por Juan Luis Vives. Atacó la ignorancia supersticiosa en la que había caído el pueblo y el clero español, defendiendo la investigación imparcial. A los 50 años publicó Teatro crítico universal, o discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes, formado por 118 disertaciones o discursos; le siguió Cartas eruditas y curiosas en 1742, el primero de cinco volúmenes, donde expuso el resultado de sus observaciones críticas sobre historia natural, economía, medicina, política, literatura, etc. Empleó para ello un lenguaje sencillo y claro, y se inclinó por el método experimental y por la apertura, a través de los avances que se realizaban en otros países. La obra de Feijoo provocó recelos y críticas violentas; el rey Fernando VI tuvo que prohibir toda clase de crítica hacia él. Fue el introductor de la crítica literaria e historiográfica en España.
En el siguiente fragmento de su Teatro crítico universal, Feijoo analiza la capacidad humana de determinar lo que es un milagro y lo que no, y busca explicaciones físicas o sicológicas para algunos "supuestos" milagros. Así observamos como los intelectuales españoles critican los mitos y las supersticiones que oscurecen la espiritualidad y la pureza de la religión, pero nunca llegan a secularizarse completamente ni atacar a la religión en si misma como muchos de sus contrapartes franceses.
Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro. Teatro crítico universal. Tomo 3.< http://www.filosofia.org/bjf/bjft306.htm> 3 marzo 2003.
35. Entre estos dos extremos de negar los milagros con protervia, y creerlos con facilidad, está la senda de la recta razón. Yo confieso que es muy difícil determinar a punto fijo la existencia de algún milagro. Cuando la experiencia propia la representa, es menester una prudencia, y sagacidad exquisita para discernir si hay engaño, y un conocimiento filosófico grande, para averiguar [121] si el efecto que se admira, es superior a las fuerzas de la naturaleza. Si es de oídas, es forzoso que en el sujeto, o sujetos que deponen de vista, se suponga, sobre las prendas expresadas, una inviolable veracidad.
36. Es a veces tan artificiosa la mentira que sin prolijo examen no puede descubrirse el engaño. Algunos mendigos fingieron impedidos sus miembros para mover más a compasión; y después, usando de ellos, se ostentaron milagrosamente curados, visitando a este, o aquel Santuario, porque creído el prodigio, es poderosa recomendación para granjear la limosna. En esta Ciudad de Oviedo conocí yo, y conocieron todos, una pobre mujer que andaba por las calles arrastrada, moviéndose con increíble fatiga, hasta que un día, haciendo oración, o fingiendo hacerla, delante de una Imagen de nuestra Señora, se levantó en pie, diciendo que ya por la intercesión de la Virgen se hallaba buena, y sana. Todo el Lugar creyó el milagro; y no lo admiro, porque se hacía inverisímil que aquella mujer voluntariamente se hubiese cargado tanto tiempo del molestísimo afán de andar arrastrando. Sin embargo se descubrió haber sido engaño, y se supo que en el pobre hospedaje que tenía andaba en pie, cuando no era observada de gente de afuera. Conocí también un Eclesiástico reputado por hombre de singularísima gracia para librar energúmenos, y toda la gracia consistía en una delicada astucia. Persuadido a que son infinitos los energúmenos fingidos, y muy pocos los verdaderos, siempre que le traían alguno para que le exorcizase, estrechándose con él a solas le decía, que por el don que Dios le había dado de distinguir los energúmenos verdaderos de los aparentes, conocía que no era energúmeno, sino que fingía serlo; pero que por salvar su honor no descubriría el embuste, como no prosiguiese en él: que para este efecto le exorcizaría en público, y desde aquel punto en que él hiciese la formalidad de expeler el espíritu, se diese por curado. El pobre embustero, o embustera (que casi siempre son mujeres las que [122] por varios fines andan en estas drogas) teniendo por un gran favor que no se le publicase el embuste, admitía el partido, y hacía muy bien su papel cuando el Eclesiástico la exorcizaba. Desde aquel punto no había más accidentes, y ella, y todos publicaban la singular virtud del Exorcizante. Vive hoy este Eclesiástico, y viven los sujetos, a quienes él en amistad confió este arbitrio suyo, hombres dignos de toda fe, de cuya boca lo sé yo.
37. Es cosa muy ordinaria atribuirse a milagro los que son efectos de la naturaleza.
Esto especialmente es frecuentísimo en curas de enfermedades. Lisonjean
no tanto su devoción, como su vanidad, muchos enfermos, queriendo persuadir
que deben la mejoría a especial ciudado del Cielo, y no al común,
y regular influjo. Paulo Zaquías que trató de intento esta materia,
señala dos condiciones importantes entre otras para que la cura se juzgue
milagrosa: La una, que sea instantánea; la otra, que sea perfecta. Por
defecto de la primera condición, toda curación en que la naturaleza
tuvo lugar para la cocción, y segregación de la materia pecante,
debe juzgarse natural. Por defecto de la segunda no debe reputarse milagrosa
la mejoría cuando vuelve a empeorar el enfermo, o cuando no convalece
del todo. Esta
última circunstancia noté yo en la mujer, de quien hablé
arriba; y fue, que después de proclamado el milagro de la habilitación
de sus miembros, quedó con una gran cojera que tenía desde su
nacimiento, porque ésta no había sido fingida. Tal vez los Médicos
contribuyen a estas ficciones cuando recobran la salud aquellos enfermos a quienes
ellos abandonaron por deplorados, atribuyendo la mejoría a milagro, porque
no se conozca su impericia en el yerro del pronóstico.