En la España
de 1860 el krausismo, filosofía racionalista e idealista, se enfrentó a los
escolásticos, defensores del tradicionalismo católico, y a los positivistas
que querían acabar con la metafísica. En 1843, Pedro Gómez de la Serna, ministro
de Educación de Espartero, nombró titular de la Cátedra de filosofía de la Universidad
de Madrid a Julián Sanz del Río con la condición de que antes de tomar posesión
de la cátedra completara su educación en Alemania. En la Universidad de Heidelberg,
Sanz del Río inmediatamente se sintió atraído por el sistema filosófico
de Krause, un seguidor de Kant. Lo
que más lo atrajo fue un idealismo según el cual la ciencia, la ética y la política
dependían de una visión global del mundo y de una filosofía racionalista. Sanz
volvió a España con una idea elevada de lo que debían ser la universidad y la
educación en general, independientes tanto de la Iglesia como del Estado y preocupadas
tan sólo con el avance del conocimiento. En 1857, en su lección inaugural, Sanz
explicó que su enseñanza celebraría el culto del "ideal de la humanidad"
basado en el racionalismo armónico de Krause. En un
ambiente intelectual en el que se celebraba la retórica grandilocuente, frecuentemente
vacía, el krausismo representó un nuevo rigor de pensamiento, una coherencia
de sistema y una austeridad de costumbres del ser humano dedicado a su labor.
El krausismo fue un brote espiritual que atrajo a los que esperaban de la religión
no sólo una serie de dogmas abstractos y actitudes vacías, sino respuesta a
interrogantes sobre la vida y la muerte.