Según un
texto de la época visigótica, el apóstol Santiago había predicado en tierras
hispanas y es posible que, después de su martirio en Jerusalén en el año 42
d.C., sus restos fueran trasladados a la península para recibir sepultura. Ochocientos
años más tarde un eremita de nombre Pelagio relató
que tras escuchar unos cánticos y vislumbrar unas misteriosas luces procedentes
del impenetrable bosque Libredóm, descubrió los presuntos
restos de Santiago el Mayor.
Europa
no se encontraba en su mejor momento, Jerusalén estaba ocupada por "el
infiel" y los musulmanes vivían una época dorada tanto a nivel militar
como cultural y artístico. El cristianismo necesitaba más que nunca un impulso.
La peregrinación para orar ante los restos de un apóstol de Jesús representaba
un paso adelante en la fe católica. Cristianos procedentes de los más variados
lugares del viejo continente se dirigirían hacia Compostela, situada por aquel
entonces en el Finis Terrae,
allí donde se acababa el mundo y comenzaba un mar tenebroso e intratable.
La ruta
jacobea fue el factor que más contribuyó a la reactivación económica de la España
cristiana. También significó un magnífico nexo de unión entre los distintos
reinos cristianos del norte peninsular frente al invasor musulmán. De ahí surgiría
la imagen de Santiago Matamoros. El camino utilizó, entre el valle del Ebro y el noroeste de la península, viejas rutas transitadas
desde tiempos prehistóricos, caminos romanos como el que desde Briviesca llegaba hasta Astorga, sendas utilizadas por suevos
y vándalos en sus invasiones.
A mediados
del siglo X llega hasta Compostela el primer peregrino francés de nombre conocido,
Godescalco, obispo de Le Puy, a
pesar de que no era fácil la peregrinación ya que se sucedían los ataques del
musulmán Almanzor. Después del año 1.000, la ruta
se asegura, al igual que sucede con otras sendas europeas. Apoyos monárquicos,
impulsos monacales y la creación de ordenes militares,
permitieron el impulso de las infraestructuras con puentes, hosterías y hospitales
y el aumento de la seguridad para los peregrinos. Los siglos XI y XII son la
época más brillante del Camino de Santiago y dejan un legado artístico excepcional.
Peregrinaban desde reyes, obispos y nobles hasta gentes de la más baja condición
social. Muchos se ponían en camino de forma espontánea, otros por cumplir una
penitencia, quizás la mayoría movidos por intereses económicos o para evitar
hambrunas europeas.
A partir
de 1.500 y tras el descubrimiento de América, disminuyeron las peregrinaciones
a pesar de que monarcas como los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II, llegaron
a Santiago. La aparición del protestantismo, los enfrentamientos religiosos
y los recelos inquisidores contribuyeron al declive. En el siglo XVII se experimentó
una recuperación que aumentó en el XVIII coincidiendo con la expansión del arte
barroco.