Simón
Bolívar (1783-1830): Carta de Jamaica (1815) y Discurso de Angostura
(1819)
Carta de Jamaica (1815)
Entre los manifiestos, proclamas
y toda suerte de documentos producidos durante la Independencia se destacan
los de Simón Bolívar, la personalidad más influyente del período. En mayo
de 1815 se refugió en Jamaica, tras la derrota de la Segunda República venezolana.
Desde la isla se dedicó a informar a la opinión pública sobre el estado
de la revolución y a abogar por el apoyo internacional. Uno de esos escritos
es la Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla,
más conocida como la Carta de Jamaica, escrita el 6 de septiembre,
donde Bolívar hace un balance de la situación hispanoamericana, esboza sus
principios políticos personales y anticipa muchos de los sucesos futuros.
El suceso coronará nuestros esfuerzos
porque el destino de la América se ha fijado irrevocablemente; el lazo que
la unía a la España está cortado; la opinión era toda su fuerza; por ella
se estrechaban mutuamente las partes de aquella inmensa monarquía; lo que
antes las enlazaba, ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado
la Península, que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los
dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a
la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca
benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres;
en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España. De aquí
nacía un principio de adhesión que parecía eterno, no obstante que la conducta
de nuestros dominadores relajaba esta simpatía, o, por mejor decir, este apego
forzado por el imperio de la dominación. Al presente sucede lo contrario:
la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos
de esta desnaturalizada madrastra. El velo se ha rasgado, ya hemos visto la
luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos
sido libres y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto,
la América combate con despecho, y rara vez la desesperación no ha arrastrado
tras sí la victoria.
[...]
Parece que
Vd. quiere aludir al monarca de México Montezuma, preso por Cortés y muerto,
según Herrera, por él mismo, aunque Solís dice que por el pueblo; y a Atahualpa,
Inca del Perú, destruido por Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Existe
tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y de los reyes americanos,
que no admite comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados,
y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los últimos sufren tormentos
inauditos y los vilipendios más vergonzosos. [...] El suceso de Fernando VII
es más semejante al que tuvo lugar en Chile en 1535, con el ulmen de Copiapó,
entonces reinante en aquella comarca. El español Almagro pretextó, como Bonaparte,
tomar partido por la causa del legítimo soberano y, en consecuencia, llama
al usurpador, como Fernando lo era en España; aparenta restituir al legítimo
a sus estados, y termina por encadenar y echar a las llamas al infeliz ulmen,
sin querer ni aun oír su defensa. Este es el ejemplo de Fernando VII con su
usurpador. Los reyes europeos sólo padecen destierro; el ulmen de Chile termina
su vida de un modo atroz.
[...]
En mi concepto,
ésta es la imagen de nuestra situación. Nosotros somos un pequeño género humano;
poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas
las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad
civil. Yo considero el estado actual de la América, como cuando desplomado
el Imperio Romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a
sus intereses y situación o siguiendo la ambición particular de algunos jefes,
familias o corporaciones; con esta noble diferencia, que aquellos miembros
dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones
que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos
vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos ni indios
ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país
y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento
y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país
y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos
en el caso más extraordinario y complicado.
[...]
Es una idea grandiosa pretender formar
de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes
entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, una costumbre
y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase
los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas
remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes,
dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros
lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna
de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas,
reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz
y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie
de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración;
otra esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre, que concibió
el laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte
y de los intereses de aquellas naciones.”
Discurso de Angostura (1819)
El 15 de febrero de 1819 se instaló
en Angostura (hoy Ciudad Bolívar), el Congreso Nacional de Venezuela, que
crearía la República de Colombia. Bolívar pronunció el discurso inaugural
del congreso, presentando un proyecto de Constitución y renunciando a sus
poderes, que le fueron de inmediato concedidos nuevamente. Bolívar hace en
este texto un detallado análisis de las formas de gobiernos que juzga más
convenientes para el nuevo estado.
El sistema de gobierno más perfecto
es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad
social y mayor suma de estabilidad política. [...] A vosotros toca resolver
el problema. ¿Cómo, después de haber todas las trabas de nuestra antigua opresión,
podemos hacer la obra maravillosa de evitar que los restos de nuestros duros
hierros no se cambien en armas liberticidas? Las reliquias de la dominación
española permanecerán largo tiempo antes que lleguemos a anonadarlas; el contagio
del despotismo ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el fuego de la guerra,
ni el específico de nuestras saludables Leyes han purificado el aire que respiramos.
Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las
dolencias de la servidumbre. El hombre, al perder la libertad, decía Homero,
pierde la mitad de su espíritu.
Un gobierno republicano ha sido, es
y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo: la
división de poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud,
la abolición de la monarquía y de los privilegios. Necesitamos de la igualdad
para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones
políticas y las costumbres públicas. Luego extendiendo la vista sobre el vasto
campo que nos falta por recorrer, fijemos la atención sobre los peligros que
debemos evitar. Que la historia nos sirva de guía en esta carrera. Atenas
la primera nos da el ejemplo más brillante de una democracia absoluta, y al
instante, la misma Atenas nos ofrece el ejemplo más melancólico de la extrema
debilidad de esta especie de gobierno. El más sabio legislador de Grecia no
vio conservar su República diez años y sufrió la humillación de reconocer
la insuficiencia de la democracia absoluta para regir ninguna especie de sociedad,
ni aún la más culta, morígera y limitada, porque sólo brilla con relámpagos
de libertad. Reconozcamos, pues, que Solón ha desengañado al mundo; y le ha
enseñado cuán difícil es dirigir por simples leyes a los hombres.
[...]
Roma y la Gran Bretaña son las naciones
que más han sobresalido entre las antiguas y modernas; ambas nacieron para
mandar y ser libres; pero ambas se constituyeron no con brillantes formas
de libertad, sino con establecimientos sólidos. Así, pues, os recomiendo,
Representantes, el estudio de la Constitución Británica que es la que parece
destinada a operar el mayor bien posible a los pueblos que la adoptan; pero
por perfecta que sea, estoy muy lejos de proponeros su imitación servil. Cuando
hablo del Gobierno Británico sólo me refiero a lo que tiene de republicanismo.
[...] Hemos dividido como los americanos la Representación Nacional en dos
Cámaras: la de Representantes y el Senado. [...] Si el Senado en lugar de
ser electivo fuese hereditario, sería en mi concepto la base, el lazo, el
alma de nuestra República. Este Cuerpo en las tempestades políticas pararía
los rayos del gobierno y rechazaría las olas populares. Adicto al gobierno
por el justo interés de su propia conservación, se opondría siempre a las
invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad de
sus magistrados. Debemos confesarlo: los más de los hombres desconocen sus
verdaderos intereses, y constantemente procuran asaltarlos en las manos de sus depositarios: el individuo pugna contra
la masa, y la masa contra el individuo.
[...]
Por exorbitante que parezca la autoridad
del Poder Ejecutivo de Inglaterra, quizás no es excesiva en la República de
Venezuela. [...] Nada es tan contrario a la armonía entre los poderes, como
su mezcla. Nada es tan peligroso con respecto al pueblo como la debilidad
del Ejecutivo, y si en un reino se ha juzgado necesario concederle tantas
facultades, en una república son éstas infinitivamente más indispensables.
[...]
Que se fortifique, pues, todo el sistema
del gobierno, y que el equilibrio se establezca de modo que no se pierda,
y de modo que no sea su propia delicadeza una causa de decadencia. Por lo
mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil como la democrática, su estructura
debe ser de la mayor solidez; y sus instituciones consultarse para la estabilidad.
[...]
No seamos presuntuosos, Legisladores;
seamos moderados en nuestras pretensiones: No es probable conseguir lo que
no ha logrado el género humano; lo que no han alcanzado las más grandes y
sabias naciones. La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos
a donde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas. [...] No
aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad,
descendamos a la región de la tiranía.
[...]
El amor a la patria, el amor a las
leyes, el amor a los magistrados, son las nobles pasiones que deben absorber
exclusivamente el alma de un republicano. Los venezolanos aman la patria,
pero no aman sus leyes; porque estas han sido nocivas y eran la fuente del
mal. Tampoco han podido amar a sus magistrados, porque eran inicuos, y los
nuevos apenas son conocidos en la carrera en que han entrado.
[...]
Para sacar de este caos nuestra naciente
República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos
la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la
legislación en un todo; y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad,
unidad, debe ser nuestra divisa; nuestra Constitución ha dividido los poderes,
enlacémoslos para unirlos; nuestras leyes son funestas reliquias de todos
los despotismos antiguos y modernos, que este edificio monstruoso so derrumbe,
caiga y apartando hasta sus ruinas, elevemos un templo a la justicia, y bajo
los auspicios de su santa inspiración, dictemos un Código de Leyes Venezolanas.
[...]
La educación popular debe ser el cuidado
primogénito del amor paternal del Congreso.
[...]
Dignaos, Legisladores, acoger con indulgencia
la profesión de mi conciencia política, los últimos votos de mi corazón y
los ruegos fervorosos que a nombre del pueblo me atrevo a dirigiros. Dignaos
conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo,
eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un
gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno
que haga triunfar, bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la
libertad.
Señor, empezad vuestras funciones:
yo he terminado las mías.