El gaucho--una especie de "cowboy" argentino que tuvo un papel protagónico en las luchas por la indepenencia--fue identificada por Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en su obra Facundo: civilización y barbarie como agente de la violencia política que impedía la constitución de un gobierno democrático en la Argentina. En esta lectura, sin embargo, se aprecia la ambivalencia de Sarmiento hacia la figura del gaucho: por un lado, se asocia con el salvajismo inculto, pero por otro, representa el poder inmenso y poético de la tierra argentina.

[Otra perspectiva sobre el gaucho se popularizó tras la publicación en 1872 del poema Martín Fierro del argentino José Hernández (1834-1886). En esta obra, Hernández trata de reivindicar al gaucho como elemento literario tanto como humano, oponiéndose abiertamente a la interpretación que de esta figura había hecho Sarmiento.]


Capítulo 1 (selecciones)

[…] El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión; el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son por lo general los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí la inmensidad por todas partes; inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto […] Si no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una víbora que puede pisar. Esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra; y puede quizá explicar en parte la indiferencia con que dan y reciben la muerte […] La naturaleza salvaje dará la ley por mucho tiempo, y la acción de la civilización permanecerá débil e ineficaz. […]

Las ciudades argentinas tienen la fisonomía regular de casi todas las ciudades americanas: sus calles cortadas en ángulos rectos, su población diseminada en una ancha superficie […] La ciudad es el centro de la civilización argentina, española, europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos. […] La ciudad capital de las provincias pastoras existe algunas veces ella sola sin ciudades menores y no falta alguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles. El desierto las circunda a más o menos distancia, las cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oasis de civilización enclavados en un llano inculto […]

El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en todas partes; allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto; el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más; el hombre de la campaña , lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses; y el vestido del ciudadano, el frac , la capa o la silla , ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está bloqueado por allí, proscrito afuera; y el que osara mostrase con levita , por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos. […] Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho […]

Los argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia. Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ése no se han hecho grandes cosas! ¿Cuánto no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol mejor que ellos, ni el hombre sabio ni el poderoso? […]

Capítulo 2 (selecciones)

El Gaucho Malo. Este es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, un misántropo particular. [...] La justicia lo persigue, desde muchos años, su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio, y casi con respeto. De repente se presenta en un pago el gaucho malo de donde la partida acaba de salir, conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y lo admiran; se provee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato , desdeñando volver la cabeza. La partida rara vez lo persigue; mataría inútilmente sus caballos, porque el gaucho malo monta un parejero pangaré tan célebre como su amo.

Este hombre divorciado de la sociedad, proscrito por las leyes; este salvaje de color blanco, no es en el fondo un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. El osado prófugo que acomete una partida entera es inofensivo para con los viajeros, no es un bandido, no es un salteador , él ataque a la vida en su idea, como el robo no entra en su idea, pero ésta es su profesión. Roba caballos. Una vez viene al real de una tropa del interior, el patrón se propone comprarle un caballo de tal pelo extraordinario, de tal figura, de tales prendas, con una estrella blanca en la paleta . El gaucho se recoge, medita un momento, y, después de un rato de silencio contesta: "No hay actualmente caballo así".

¿Qué ha estado pensando el gaucho?, en aquel momento ha recorrido en su mente mil estancias de la pampa , ha visto y examinado todos los caballos que hay en la provincia, con sus marcas, color, señas particulares, y convencido de que no hay ninguno que tenga una estrella en la paleta, unos los tienen en la frente, otros en el anca . Viaja a veces, a la campaña de Córdoba a Santa Fé. Entonces se le ve con una tropilla de caballos por delante; si alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos que él lo solicite. [...]

Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los caracteres. [...]

Existe pues, un fondo de poesía que nace de los accidentes naturales del país y de las costumbres excepcionales que engendra. La poesía, para despertarse (porque la poesía es como el sentimiento religioso, una facultad del espíritu humano), necesita el espectáculo de lo bello, del poder terrible, de la inmensidad, de la extensión, de lo vago, de lo incomprensible, porque donde acaba lo palpable y vulgar, empiezan las mentiras de la imaginación, el mundo ideal. Ahora yo pregunto: ¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República Argentina, el simple acto de clavar los ojos en el horizonte, y ver.., no ver nada; porque cuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más se le aleja, más lo fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda? ¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? ¡No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo que ve? ¡La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte! He aquí ya la poesía: el hombre que se mueve en estas escenas, se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto.

De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha de dejar de serlo, cuando en medio de una tarde serena y apacible , una nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo, mientras se cruzan dos palabras, y de repente, el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el aliento, por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo? La obscuridad se sucede después a la luz: la muerte está por todas partes; un poder terrible, incontrastable le ha hecho, en un momento, reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de aquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de una vez, en la aterrante magnificencia de sus obras. [...] Así, cuando la tormenta pasa, el gaucho se queda triste, pensativo, serio, y la sucesión de luz y tinieblas se continúa en su imaginación, del mismo modo que cuando miramos fijamente el sol, nos queda, por largo tiempo, su disco en la retina.

Preguntadle al gaucho a quien matan con preferencia los rayos, y os introducirá en un mundo de idealizaciones morales y religiosas, mezcladas de hechos naturales, pero mal comprendidos, de tradiciones supersticiosas y groseras. Añádase que, si es cierto que el fluido eléctrico entra en la economía de la vida humana y es el mismo que llaman fluido nervioso, el cual, excitado, subleva las pasiones y enciende el entusiasmo, muchas disposiciones debe tener para los trabajos de la imaginación el pueblo que habita bajo una atmósfera recargada de electricidad hasta el punto que la ropa frotada , chisporrotea como el pelo contrariado del gato.

 

Vocabulario útil

percance: accidente de la circunstancia
ligarse: vincularse
circundar: rodear
enclavado: situado
recinto: area
campaña: campo llano sin montes ni aspereza
frac: vestido de hombre formal
silla: en este caso montadura, como para montar a caballo
proscribir: prohibir
osar: atreverse
levita: abrigo europeo
pago: aldea, pueblo pequeño; lugar en general
partida: conjunto de personas reunidas para algún fin [en este caso, paisanos armados en busca de los fugitivos]
divisar: percibir, ver confusamente y a distancia un objeto
aparato: circunstancia o señal que precede o acompaña a alguna cosa
pangaré: tipo de caballo, cuya capa básica, dorada o castaña, se ve descolorida en algunas regiones del cuerpo, especialmente las inferiores
osado: atrevido, insolente
prófugo: fugitivo que huye de la justicia u otra autoridad
acometer: embestir, arremeter
salteador: ladrón que roba en los despoblados o caminos
real: campamento de un ejército y especialmente el lugar donde está la tienda del comandante en jefe
paleta: espaldilla, cuarto delantero de las reses
estancia: hacienda agrícola, destinada principalmente a determinados tipos de cultivo extensivo
pampa: llanura extensa con vegetación, pero desprovista de árboles
anca: cada una de las mitades laterales de la parte posterior de las caballerías y otros animales
destello: resplandor, chispazo o ráfaga de luz intensa y de breve duración; (fig.) manifestación momentánea de algo
resorte: medio de que uno se vale para conseguir algo
clavar: fijar, parar, poner
hundir: sumergir
apacible: dulce, agradable y sereno
torvo: de aspecto malvado
frotar: pasar repetidamente una cosa sobre otra con fuerza
chisporrotear: despedir chispas [brusca descarga eléctrica que produce luz] reiteradamente