El romance tradicional: "La penitencia de don Rodrigo" (texto escrito del siglo XVI)

El romance deriva del cantar de gesta medieval (nombre dado a los poemas épicos o heroicos que narran las hazañas de personajes históricos o legendarios), al desgajarse del conjunto los fragmentos de mayor interés hasta alcanzar vida propia. Su estructura métrica es una serie de versos octosílabos con rima asonante en los pares y los impares libres. (DRAE)

Ver también el romance sobre el Cid, arquetipo caballeresco, que se verá en la unidad sobre la Edad Media cristiana.

 

La penitencia de don Rodrigo

Después que el rey don Rodrigo
a España perdido había,
íbase desesperado
por donde más le placía.
Métese por las montañas
las más espesas que vía,
porque no le hallen los moros
que en su seguimiento iban.
Topado ha con un pastor
que su ganado traía;
díjole: - Dime, buen hombre,
lo que preguntarte quería,
¿si hay por aquí poblado
o alguna casería
donde pueda descansar,
que gran fatiga traía?

El pastor respondió luego
que en balde la buscaría,
porque en todo aquel desierto
sola una ermita había,
donde estaba un ermitaño
que hacía muy santa vida.
El rey fue alegre desto
por allí acabar su vida.
Pidió al hombre que le diese
de comer, si algo tenía;
el pastor sacó un zurrón
que siempre en él pan traía;
diole dél y de un tasajo
que acaso allí echado había.

El pan era muy moreno,
al rey muy mal le sabía;
las lágrimas se le salen,
detener no las podía
acordándose en su tiempo
los manjares que comía.
Después que hubo descansado
por la ermita le pedía;
el pastor le enseñó luego
por donde no erraría.
El rey le dio una cadena
y un anillo que traía:
joyas son de gran valor
que el rey en mucho tenía.

Comenzando a caminar,
ya cerca el sol se ponía,
llegado es a la ermita
que el pastor dicho le había.
Él, dando gracias a Dios,
luego a rezar se metía;
hombre es de autoridad,
que bien se le parescía.
Preguntóle el ermitaño
cómo allí fue su venida;
el rey, los ojos llorosos,
aquesto le respondía:
- El desdichado Rodrigo
yo soy, que rey ser solía;
véngome a hacer penitencia
contigo en tu compañía;
no recibas pesadumbre,
por Dios y Santa María.

El ermitaño se espanta;
por consolallo decía:
- Vos cierto habeís elegido
camino cual convenía
para vuestra salvación,
que Dios os perdonaría.
El ermitaño ruega a Dios
por si le revelaría
la penitencia que diese
al rey, que le convenía.
Fuele luego revelado,
de parte de Dios, un día,
que le meta en una tumba
con una culebra viva,
y esto tome en penitencia
por el mal que hecho había.

El ermitaño al rey,
muy alegre se volvía;
contóselo todo al rey
cómo pasado le había.
El rey, de esto muy gozoso,
luego en obra lo ponía.
Métes, como Dios manda,
para allí acabar su vida;
el ermitaño, muy santo,
mírale al tercero día.
Dice: - ¿ Cómo os va, buen rey ?
¿Vaos bien con la compañía ?
- Hasta ahora no me ha tocado
porque Dios no lo quería;
ruega por mí, ermitaño,
porque acabe bien mi vida.

El ermitaño lloraba,
gran compasión le tenía;
comenzóle a consolar
y esforzar cuanto podía.
Después vuelve el ermitaño
a ver ya si muerto había;
halló que estaba rezando
y que gemía y plañía.
Preguntóle cómo estaba:
- Dios es en la ayuda mía
- respondío el buen rey Rodrigo -,
la culebra me comía;
cómeme ya por la parte
que todo lo merecía,
por donde fue el principio
de la mi muy gran desdicha.

El ermitaño lo esfuerza,
el buen rey allí moría.
Aquí acabó el rey Rodrigo,
al cielo derecho se iba.