Resumen histórico: España e Hispanoamérica en el siglo XIX

I. España

En el siglo XIX en España hubo una crisis general de las instituciones nacionales. La Revolución Francesa, la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia, aunque en un principio tendieron a unir a los múltiples grupos religiosos, políticos y sociales, dejaron como herencia una división aún más profunda que la que ya se percibía durante el siglo anterior.

En oposición a la transformación revolucionaria francesa, en España se defendió no sólo la religión católica, sino también la monarquía absolutista y el centralismo administrativo y político. Así, la historia del siglo XIX español se convirtió en una constante contienda entre un liberalismo ilustrado, centralista, frecuentemente agresivo y paternalista hacia un pueblo generalmente analfabeto, y un tradicionalismo absolutista y católico intransigente y mayoritario. Ambos grupos, dogmáticos, pretendieron imponer sus creencias al resto de la sociedad.

La herencia de la Guerra de Independencia

La guerra de la independencia en España duró varios años. Los contendientes, tanto guerrilleros o militares profesionales españoles como soldados ingleses o franceses, practicaron la táctica de la tierra quemada. La ganadería no recuperó jamás la importancia que había tenido en años anteriores y el comercio y la industria quedaron paralizados. A la mala situación de la economía interna se unió, agravándola, el principio de una depresión económica europea.

La guerra de independencia militarizó la sociedad española. La opinión pública organizada era inexistente. No había partidos políticos ni libertad de asociación o de prensa. El ejército y el clero eran las únicas fuerzas sociales organizadas. A diferencia de épocas anteriores y como consecuencia del carácter frecuentemente espontáneo y popular de la resistencia contra las fuerzas francesas, los mandos del ejército ya no eran exclusivamente nobles; muchos oficiales eran de origen modesto y el ejército les dio la oportunidad de ascenso social. Los oficiales formaron una especie de clase media instruida, a veces honesta, preocupada por modernizar el país pero en tensión constante con la oligarquía nobiliaria y clerical que trataba de mantenerla apartada de los asuntos de estado. Este carácter popular de la resistencia armada hizo que se multiplicaran los ataques sorpresa en las zonas más salvajes y montañosas de España. Así se consiguieron muchas victorias sobre las tropas francesas. Pero junto con guerrilleros y héroes populares, como Espoz y Mina, Juan Martín Díaz ("el Empecinado"), el cura Merino, famoso años después en las guerras carlistas, o José Palafox y Agustina de Aragón, muertos años más tarde en rebeliones contra Fernando VII, se mezclaban grupos de delincuentes, desertores y bandidos que se comportaban más como bandoleros que como soldados. Todos estos grupos o individuos, militares más o menos organizados, subsistieron y jugaron un importante papel en golpes de estado, aventuras políticas, guerras carlistas (ver abajo) y pronunciamientos militares que con la violencia o el chantaje de la violencia fueron reemplazando al poder civil a lo largo del siglo XIX.

Liberales (moderados o radicales) o absolutistas acudieron con frecuencia al ejército y a las bandas armadas para que impusieran sus reformas o suprimieran por la fuerza las impuestas por el bando contrario. Antiguos guerrilleros o generales como Riego, Espartero, O'Donell, Prim, y Narváez fueron dirigentes de ambos partidos, absolutistas o liberales más o menos moderados.

Estos hechos históricos produjeron las narraciones de guerrilleros populares y héroes nacionales de la Península, a las que se sumó la imaginación de los extranjeros que vieron en España una tierra cruel y bárbara, casi Oriental, en la que subsistía el pintoresquismo de la Edad Media y el folklore de gitanos, frailes, mendigos y delincuentes. Escritores y viajeros franceses como Chateaubriand, Victor Hugo, Teófile Gautier, Alejandro Dumas y Merimée contribuyeron a la imagen de una España romántica, más africana que europea, de instintos crueles y violentos, orgullosa y satisfecha de su pasado, su individualismo, su honor, independencia y libertad.

Fernando VII (1814-1833)

Entre 1820 y 1823, a la cabeza de una monarquía constitucional que le daba poderes restringidos pero reales como la aprobación de las leyes, Fernando VII apoyó a los absolutistas y se opuso constantemente a los liberales, pero evitó romper con ellos; cedió siempre hasta que la relación de fuerzas le fue nuevamente favorable. La tensión culminó en 1823, cuando el rey se negó a aceptar la supresión de las órdenes religiosas ordenada por las Cortes liberales. Hubo una reacción armada popular dirigida por absolutistas, guerrilleros y jefes de los ejércitos regulares. La sublevación absolutista fue primero controlada por las fuerzas liberales, pero las monarquías europeas, unidas en la Santa Alianza, mandaron un ejército que, unido a los absolutistas españoles, devolvió el poder a Fernando VII. Mediante la ayuda militar provista por la Santa Alianza, Fernando VII llevó a cabo una política absolutista que se radicalizó entre 1823 y 1833. Las llamadas Juntas de Fe condenaron a muerte a jefes y líderes liberales, y a guerrilleros como "el Empecinado" y Mariana Pineda.

Fernando VII tuvo sólo una hija, la princesa Isabel, nacida en 1830. La sucesión de mujeres al trono español era parte de la tradición política española, pero Felipe V en 1713 había proclamado la Ley Sálica española, que las excluía. Sin embargo Carlos IV en 1789 había restablecido la ley tradicional, aunque no la promulgó. A esta ley se acogió Fernando VII para proclamar heredera del trono a su hija Isabel. Carlos, hermano de Fernando VII, apoyándose en la vigencia de la Ley Sálica, también pretendía al trono. Así fue cómo, al morir Fernando VII en 1833, comenzaron las llamadas guerras carlistas. Por un lado estaba el liberalismo, más o menos radical, partidario de un régimen constitucional que al radicalizarse parecía minar el sistema monárquico. Este liberalismo centralizante con frecuencia se oponía a los fueros y privilegios de los antiguos reinos. Frente a ellos el carlismo representaba al tradicionalismo político y religioso cuyo lema era "rey, religión y fueros".

La regencia de María Cristina (1833-1843)

Al morir Fernando VII su hija Isabel, que tenía tres años, fue reconocida heredera bajo la regencia de su madre, la reina María Cristina. La reina confirmó en el cargo de la Secretaría de Estado a Francisco Cea Bermúdez, quien, aunque contrario a un gobierno constitucional, trató de realizar una política ecléctica alejada de extremismos liberales o absolutistas. Los carlistas exigían una vuelta a los privilegios y fueros regionales, desconfiaban de los nuevos ministros liberales y de su actitud contraria a la tradición política y religiosa de la mayoría del pueblo español, e insistían en los derechos a la corona del infante don Carlos. Frente a ellos los liberales insistían en que se proclamase una constitución liberal y ante la oposición de los carlistas a la heredera Isabel, se proclamaron ellos sus defensores, por lo que en esta contienda se los conocía también con el nombre de isabelinos o cristinos.

La primera Guerra Carlista se declaró pocos días después de la muerte de Fernando VII y se extendió rápidamente por las Provincias Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia. El general Espartero, un liberal progresista de familia humilde, consiguió poner fin a la guerra que decidió el futuro del régimen liberal. Así la primera guerra carlista, notable por el fanatismo y la crueldad de ambos bandos, terminó en 1839 con el Convenio Vergar. Espartero, nombrado duque de la Victoria, se hizo el hombre más popular de España, pero dejó sin solucionar el conflicto ideológico entre liberales y tradicionalistas. Hasta 1843 se sucedieron una serie de gobiernos ejercidos por Secretarios de Estado cada vez más liberales.

En 1835 el Secretario de Estado Juan Álvarez Mendizábal--un liberal radical--convocó las Cortes para solucionar los problemas económicos de la nación, y determinó la desamortización de los bienes de la Iglesia y la supresión de todas las órdenes religiosas. Todos sus bienes y propiedades pasaron al Estado, el cual decretó su venta. Pero sin un sistema de créditos que ayudara en la compra de las propiedades a los campesinos que las trabajaban, éstas terminaron siendo adquiridas a precios muy bajos por los propietarios ricos, quienes aumentaron sus latifundios. Aunque en algunos casos se mejoró la producción, la situación del campesino empeoró. Los nuevos propietarios, nobles o burgueses de clase media, apoyaron desde entonces incondicionalmente a los gobiernos liberales por temor a que uno tradicionalista declarase nulos los decretos de desamortización. Así se selló un pacto tácito entre la vieja aristocracia terrateniente y la nueva burguesía liberal. Muchos campesinos, alienados de las nuevas élites sociales, en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, se vieron empujados hacia el carlismo. En el Levante y el sur, otros campesinos se hicieron republicanos o adoptaron ideas nihilistas o anarquistas, y a veces trataron de recuperar por la fuerza lo que sentía que se les había quitado mediante la ocupación forzada de tierras.

En 1840 Espartero se opuso a una serie de medidas de la regente María Cristina y pasó a encabezar la oposición. Cuando milicianos y soldados se sublevaron en Barcelona y Madrid, Espartero, con el apoyo del ejército obligó a María Cristina a salir de España y las Cortes lo nombraron a él regente. La regencia del general Espartero duró dos años. Su proceder dictatorial le hizo muchos enemigos en el ejército y en el gobierno, entre liberales progresistas y moderados. Los republicanos, junto con la burguesía industrial, que lo acusaba de fomentar el librecambismo para favorecer a sus aliados ingleses, se unieron en 1843 alrededor de dos generales, Prim y Narváez, que se sublevaron y obligaron a Espartero a exiliarse en Inglaterra.

La mayoría de Isabel II (1843-1868)

Las Cortes declararon mayor de edad a Isabel, quien, tras jurar la Constitución, fue coronada como Isabel II. Tenía trece años de edad. El reinado de Isabel II fue tan inestable y difícil como había sido la regencia. Se agravaron las luchas entre progresistas y moderados y se hizo más clara la politización de los jefes del ejército, cuyos generales más distinguidos, Espartero primero, Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim después, dominaron la política española con su prestigio personal y con el poder que les daba su mando en el ejército. En estos años el liberalismo progresista fue adquiriendo un tono antimonárquico y republicano marcado.

Durante los veinticinco años que duró el reinado de Isabel II se sucedieron en el poder sesenta gobiernos. En 1846 se presentó el problema de la boda de Isabel II. Casi todas las cortes europeas ofrecieron su candidato y los tradicionalistas españoles propusieron al hijo de don Carlos, pero se eligió a Francisco de Asís, sobrino de Fernando VII. El año siguiente, en 1847, comenzó la Segunda Guerra Carlista (1847-1849), que tuvo importancia sólo en Cataluña, y que coincidió con la revolución de 1848 que puso fin al sistema monárquico en Francia.

En 1854 se inició el llamado bienio progresista, que se caracterizó por la lucha y rivalidad personal entre dos generales, Narváez y Prim. El mercantilismo de las clases dirigentes que amasaron grandes fortunas en la bolsa y en la especulación con los ferrocarriles alienó a la pequeña burguesía, que se agrupó alrededor del general Prim, un liberal progresista. Éste, opuesto a la política liberal moderada del general Narváez que había dominado hasta entonces, adquirió gran prestigio cuando puso fin a la guerra con el sultán de Marruecos con la conquista de Tetuán. Durante la guerra en África, los carlistas volvieron a sublevarse (1860) pero fueron rápidamente sometidos y el infante Don Carlos, hecho prisionero, compró su libertad con la renuncia a sus derechos al trono. Pero los generales partidarios de la monarquía parlamentaria no pudieron contener el avance del liberalismo progresista cada vez más antiisabelino y antimonárquico. En 1868 murió Narváez, gran defensor de Isabel. Otro grupo de generales, con Prim y Serrano a la cabeza, se sublevaron y obligaron a la reina y al príncipe Alfonso a salir de España. Con su destierro se inició en España el período conocido como la "revolución gloriosa de 1868".

El período de transición (1868-1874)

En un lapso de seis años, entre el destronamiento de Isabel II y la restauración de la dinastía en su hijo Alfonso XII, en España se sucedieron: la regencia del general Serrano y la promulgación de una nueva constitución; la monarquía constitucional de Amadeo de Saboya; la primera rebelión de Cuba; y la proclamación de una primera República Española que duró menos de un año.

En 1868, como reacción al mercantilismo, las malversaciones y la corrupción económica de las clases dirigentes, las ideas del krausismo tuvieron gran aceptación, promovidas por una nueva generación de dirigentes en los que pusieron sus esperanzas todas las clases sociales que buscaban un cambio de conducta política. La pequeña y mediana burguesía buscaba una mayor participación del pueblo en la vida pública. Los obreros y campesinos soñaban con un mundo de hermandad en el que pudieran vivir mejor. Eran tiempos de utopías y optimismo.

Después de la revolución de 1868, las Cortes nombraron regente del reino al general Serrano, y al general Prim Jefe del Gobierno. En 1869 se votó una nueva Constitución, que fue la más avanzada promulgada hasta la fecha. En ella se concedía el poder legislativo exclusivamente a las Cortes, la elección de senadores era asignada a las provincias, se reconocía la libertad de cultos y el matrimonio civil. El gobierno del general Serrano, regente, debía elegir a un nuevo soberano. El general Prim consiguió que las cortes aceptaran como rey a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, rey de Italia; pero la elección dejaba sin resolver la oposición tanto de los partidarios de Alfonso, como del partido carlista y del partido republicano, que se oponía a toda elección de heredero. A la situación interna se sumaba la política exterior, los problemas planteados por la guerra franco-prusiana, causada en parte por la candidatura al trono español del príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern, a la que se opuso enérgicamente Napoleón III.

En 1871, el mismo día que entraba en Madrid el nuevo rey Amadeo de Saboya, el general Prim fue asesinado en un atentado. Con su muerte, Amadeo perdió a su más importante defensor. Sin base política en el país, el nuevo monarca tuvo que aceptar una serie de cambios de gobierno que revelaban su incapacidad de dar continuidad a la vida política de la nación. Enseguida la mayoría de los partidos políticos, alfonsinos, carlistas, republicanos y aun liberales y católicos, declararon su oposición al rey extranjero.

En 1872 los carlistas empezaron otra guerra en las Provincias Vascongadas y Navarra; pero la paz con los carlistas firmada por el general Serrano no fue reconocida por los liberales radicales. En 1873 el rey Amadeo renunció al trono y enseguida el Congreso y el Senado reunidos en Asamblea Nacional proclamaron la Primera República.

La Primera República (1873-1874)

La armonía entre los partidos que habían votado contra la monarquía y a favor de una república duró muy poco. Mientras algunos liberales favorecían un sistema de federación de provincias y regiones, otros buscaban una unión centralizada. De momento consiguieron imponerse los federalistas con su jefe, Pi y Margall, como primer presidente de la República. Pero en los pocos meses que duró su presidencia el plan federalista degeneró en separatismo con los intentos de formación del Estado Catalán y un separatismo regional anárquico en que cada provincia propuso su plan de reformas sociales y económicas independientemente del gobierno. Ante la imposibilidad de mantener el orden fue elegido presidente Nicolás Salmerón, que tuvo que pedir poderes dictatoriales a las Cortes para combatir las sublevaciones regionales que se habían extendido por toda España, y a las tropas carlistas sublevadas en las Provincias Vascongadas a raíz de la abdicación del rey Amadeo. A Salmerón le sucedió en la presidencia a los pocos meses Emilio Castelar, que también tuvo que renunciar a los pocos meses. Durante el proceso de elección de un nuevo presidente el general Pavía, uno de los más prestigiosos jefes del ejército, disolvió por la fuerza la Asamblea. El ensayo de República había durado menos de un año.

La restauración de la monarquía

A continuación, bajo la presión del general Pavía, los jefes de los partidos se reunieron para formar un gobierno provisional bajo la presidencia del general Serrano. El nuevo gobierno disolvió las cortes republicanas, suspendió las garantías constitucionales y resolvió por la fuerza la guerra carlista y la sublevación de los republicanos regionalistas.

El desengaño producido por el desastre republicano y el cansancio monárquico con las guerras carlistas hicieron crecer el partido alfonsino, que estaba dirigido entonces por Cánovas del Castillo. Moderado, razonable y decidido, este autor de artículos de diario y varias obras literarias e históricas, fue el promotor más importante de una restauración política y civil de la monarquía. Sin embargo, el general Martínez Campos junto con los generales más influyentes del ejército, se negaron a esperar los resultados de un proceso parlamentario y se sublevaron en Sagunto (1874) proclamando la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII, que tenía diecisiete años de edad.

Alfonso XII

El reinado de Alfonso XII (1875-1885) fue, comparado con la inestabilidad política de los años precedentes, un período de reconstrucción nacional, detenida por la muerte temprana del monarca cuando apenas tenía veintiocho años. Un suceso fundamental de este reinado fue la terminación de la Tercera Guerra Carlista. Había comenzado en 1872, extendiéndose en los años siguientes por las Provincias Vascongadas, Navarra y toda la región del Levante español. A principios del año 1875, el pretendiente Carlos cruzó la frontera francesa, terminando así la Guerra Carlista. Alfonso XII, tras una entrada triunfal en Madrid, ofreció amnistía general a los que habían luchado contra él. En ultramar, Alfonso XII puso fin a la guerra de Cuba, concertando con los rebeldes la Paz del Zanjón (1878), por la que concedía a Cuba las mismas condiciones políticas que disfrutaba la isla de Puerto Rico y la libertad de los esclavos.

En la esfera política el acontecimiento más importante fue la proclamación de la Constitución de 1876. Aunque más liberal que la de 1845, mantenía un tono moderado que pareció aceptable a todos menos a los carlistas y, por razones contrarias, a los más progresistas. En ella se reconocía la religión católica como la oficial del Estado, aunque se establecía la tolerancia religiosa, y se afirmaba que la potestad de aprobar leyes residía en las Cortes con el rey.

Durante la mayor parte del reinado de Alfonso XII la política española estuvo dirigida por Cánovas del Castillo, jefe del partido conservador. Éste dedicó todos sus esfuerzos a establecer un partido de oposición que ayudara en el gobierno. Producto de esta política fue la formación del partido fusionista, de carácter más liberal. Su jefe más notable fue Sagasta, quien durante su gobierno (1881-1883) adoptó medidas liberales por lo general bien recibidas. Al morir Alfonso XII en 1885, dejó dos hijas de su segunda esposa María Cristina de Habsburgo, que estaba además esperando un tercer hijo.

La Regencia (1885-1902)

Dada la ley que daba preferencia a los varones sobre las hembras en la sucesión al trono, se aplazó la declaración del heredero hasta el nacimiento del nuevo príncipe (Alfonso XIII). Por miedo a un retorno a las guerras dinásticas con los carlistas y a la revolución de los partidos republicanos opuestos a la monarquía, Cánovas del Castillo, liberal moderado, y Sagasta, cabeza de la oposición fusionista, se pusieron de acuerdo para un turno pacífico en el gobierno. Cánovas del Castillo dimitió reconociendo el ministerio de Sagasta; este sistema de turno pacífico se mantuvo durante casi toda la Regencia. No fue posible evitar las luchas políticas con los partidos republicanos, que intentaban apoderarse del gobierno, ni los desórdenes causados al aparecer en la vida política española los partidos regionalistas y socialistas. El mismo Cánovas del Castillo fue asesinado por un anarquista en 1897.

En la política exterior el acontecimiento más importante fue la segunda guerra de Cuba, que había empezado con la insurrección de José Martí en Cuba (1895) y de Andrés Bonifacio en las islas Filipinas. Defendiendo sus propios intereses en las Antillas, los Estados Unidos apoyaron a los rebeldes cubanos y en 1898 declararon la guerra a España después de la sospechosa explosión que hundió al barco Maine en la bahía de La Habana. Al ser destruida la escuadra española en las batallas de Cavite (Filipinas) y de Santiago de Cuba, España tuvo que aceptar el Tratado de París, por el que renunciaba a la soberanía de Cuba y, a cambio de 20 millones de dólares, cedía a los Estados Unidos las islas Filipinas, Guam y Puerto Rico. Con la derrota de 1898 se liquidaron los últimos restos de lo que había sido el imperio español de ultramar.

La "Generación del 98"

La pérdida de las últimas colonias provocó una profunda crisis en la cultura española. Un grupo de escritores conocidos como la Generación del 98 reaccionó investigando las causas del desastre y buscando fórmulas para una reconstrucción de España. Su producción se centró en la literatura, pero se dio también en el ensayo, la historia, la filosofía, la pintura y la ciencia.

 

II. Hispanoamérica

En la historia hispanoamericana del siglo XIX se distinguen, con mayores o menores diferencias locales, cuatro momentos importantes: las guerras de independencia (1810-1825), las guerras civiles (1825-1850), el surgimiento del orden liberal (1850-1880) y su apogeo (1880-1914).

Las guerras de independencia dejaron, junto con la ruptura de las estructuras coloniales, transformaciones profundas de los sistemas mercantiles y una militarización que obligó al poder a compartirlo con grupos que hasta ese momento habían sido ajenos a él. Criollos, mulatos, mestizos, gauchos, negros y llaneros, indios y blancos de la clase baja urbana se mezclaron en los ejércitos de la independencia. En el período postrevolucionario encontraron expresión tensiones económicas, raciales y regionales que habían sido reprimidas durante más de dos siglos bajo el rígido sistema de clases y castas de la colonia española.

Para las élites portuarias exportadoras de la post-independencia, empobrecidas por la sangría económica que habían significado el pago de la guerra y la manutención de los ejércitos, la tarea urgente era normalizar la vida política para restaurar la estructura productiva de la que dependía el desarrollo económico. Pero al abrirse Hispanoamérica al sistema mercantil de libre cambio, estas élites representaban intereses que, al competir entre sí en los nuevos mercados, hacían más difíciles las organizaciones nacionales y mucho más la unidad continental que reclamaba Bolívar en el Congreso de Panamá de 1826.

A esta competencia internacional se sumaba la competencia entre las élites urbanas y portuarias y las élites rurales. Empobrecidas por los gastos de guerra, las clases urbanas se vieron obligadas a compartir el poder económico con las élites rurales, que proveían los soldados para los ejércitos. Al mismo tiempo que adquirieron más poder, los grupos y clases regionales y rurales defendían su espacio comercial invadido o amenazado por la gran cantidad de productos extranjeros con los que las industrias y artesanías locales no podían competir. Esas importaciones enriquecían a las burguesías portuarias vinculadas al comercio internacional. En esta lucha entre miembros diferentes de una misma clase, las élites rurales tendían a asociarse con el tradicionalismo del partido conservador, mientras que las élites urbanas y portuarias apoyaban el librecambismo internacional de los liberales. El enfrentamiento entre conservadores--a veces monárquicos, federales, rojos o federalistas--y liberales, unitarios, blancos o centralistas se repitió a lo largo del continente en guerras civiles desde México a la Argentina.

La tendencia de los militares surgidos de la independencia a imponer su autoridad, con violencia si era necesario, creó un estado de anarquía en el que los caudillos y líderes militares de distintas regiones asumían arbitrariamente el poder. Estos líderes frecuentemente le dieron organización a sus regiones. José Páez unificó la república de Venezuela y fue su presidente. El general Andrés de Santa Cruz, oficial de Bolívar, proclamó la Federación Peruano-Boliviana. Francisco Morazán gobernó la República Federal de Centroamérica. Antonio de Santa Anna se hizo presidente de México, Fructuoso Rivera y Manuel Oribe fueron presidentes de Uruguay y Juan Manuel de Rosas impuso su poder en la Argentina desde la gobernación de Buenos Aires. Pero estos caudillos o caciques liberales o conservadores, federales o unitarios que usaban a las clases bajas, a los criollos, indios, mestizos, negros y mulatos que pelearon en las guerras de independencia, no compartieron el poder con las clases bajas. Los conservadores trataron de comenzar el período independiente con los menos cambios posibles; frecuentemente se oponían a la derogación de leyes como la del mayorazgo (la herencia total de la propiedad por el primogénito), a la eliminación del tributo indígena o a la abolición de la esclavitud. Los liberales por su lado buscaban derogar esas leyes, ofreciendo a las clases bajas lo que para los conservadores eran peligrosas expectativas de cambio social. En realidad buscaban crear grandes mercados de mano de obra libre y barata en sus países. La iglesia era la piedra de choque entre los dos grupos. Los liberales, mayormente laicos, proponían la liberación de las grandes propiedades eclesiásticas y de las tierras indígenas. Según ellos la oferta de la tierra debía crear una nueva clase media de pequeños propietarios rurales. En la práctica, como en la España de la Desamortización de mediados de siglo, esto nunca se hizo realidad. Las historias de México, Argentina, Colombia, Perú y Cuba son buenos ejemplos de procesos que, con diferencias regionales, se dieron en casi toda Hispanoamérica.

México

En 1822 un congreso dividido entre monárquicos borbónicos y republicanos eligió al general Iturbide emperador constitucional; pero éste fue derrocado rápidamente por los generales Santa Anna y Victoria, quienes instauraron una república inestable. México era entonces el más extenso de los países hispanoamericanos (incluía las provincias centroamericanas) y tenía enormes problemas económicos, políticos y sociales. Entre 1821 y 1850 el país tuvo cincuenta gobiernos distintos. En 1824 se sancionó una primera Constitución liberal, pero la inestabilidad continuó después de las primeras elecciones. En 1848, México perdió una tercera parte de su territorio original en una guerra con los Estados Unidos.

Como en muchos otros países hispanoamericanos, la burguesía mexicana se dividió en dos partidos, el liberal y el conservador. Con la victoria de los liberales en 1857 se trató de consolidar una república laica y abierta al libre cambio: se implantaron garantías individuales y se expropiaron los bienes de la Iglesia. Pero los conservadores, con el apoyo de la iglesia, se levantaron en armas, y durante cuatro años liberales y conservadores lucharon en la guerra de la Reforma.

En 1861, el liberal Benito Juárez ganó la guerra y restableció la unidad nacional. Pero cuando suspendió el pago de la deuda externa provocó la intervención armada de Francia, Inglaterra y España. Los españoles se retiraron, pero los franceses, en alianza con los conservadores, implantaron en 1862 la monarquía de Maximiliano, archiduque de Austria, que servía a Francia para contrapesar la influencia de Estados Unidos en la zona. La resistencia liberal reconstruyó los ejércitos republicanos y en 1867 restauró a Juárez en el gobierno. Maximiliano fue fusilado, y su esposa Carlota pasó a la historia y a la literatura como una figura demencial y trágica. Las luchas por el poder entre los distintos grupos de la oligarquía crearon inestabilidad en el país. En 1876 el general Porfirio Díaz, que había militado en los ejércitos liberales contra la intervención francesa, tomó el poder y lo ejerció hasta 1911. Fueron 35 años de dictadura liberal durante los cuales se aplicaron los principios de un positivismo que fue fundamental en la formación de las nuevas naciones latinoamericanas. El país abrió sus puertas a capitales extranjeros, se modernizó la economía y se acentuaron las desigualdades sociales. Fue el apogeo del liberalismo.

Argentina

Al terminar las guerras de la Independencia, las Provincias Unidas del Río de la Plata abarcaban casi la totalidad de lo que había sido el anterior Virreinato del Río de la Plata. En 1819 se reunió un Congreso Constituyente que promulgó una Constitución republicana; pero en 1826 las Provincias se rebelaron contra el presidente Bernardino Rivadavia. Esta primera guerra civil duró tres años. A la guerra interna se agregó una guerra con el Brasil por la posesión de la Banda Oriental (hoy Uruguay). En 1828 el triunfo de las Provincias Unidas significó una paz momentánea con el Brasil. Pero en el interior de la futura república argentina se encendió una guerra civil sangrienta entre federales--caudillos conservadores, autonomistas y regionalistas que buscaban una relación de igualdad entre todas las provincias--y los unitarios, liberales partidarios de una hegemonía centralizada en Buenos Aires y su puerto, por el que buscaban abrir todo el territorio al libre comercio con Europa.

En 1829 asumió el poder en Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, un rico terrateniente federal que concilió los intereses contrapuestos del puerto y del interior mediante una ley de aduanas que limitaba la penetración de productos provenientes de Francia e Inglaterra. Rosas se defendió exitosamente de agresiones militares de estas dos potencias que, sin invadir el territorio, bloquearon el puerto de Buenos Aires.

En 1852 los unitarios derrotaron a Rosas. Entonces las Provincias Unidas empezaron lentamente a tratar de organizar a una Argentina importadora de productos manufacturados y de capital británico, y exportadora de materia prima, carne y cereales. Pero las guerras en el interior y el exterior de las Provincias continuaron. En nombre del liberalismo económico y político, Bartolomé Mitre, presidente de 1862 a 1867, se alió con Pedro II, emperador del Brasil, y Venancio Flores, presidente del Uruguay, para librar contra Paraguay una guerra de exterminio conocida como la de "la Triple Alianza". En el momento de la "victoria", Domingo Faustino Sarmiento, autor de Facundo: civilización o barbarie, había sucedido a Mitre en la presidencia. Al terminar la guerra empezó la fase de adaptación al mercado neocolonial internacional. Mientras nuevos ferrocarriles y puertos aseguraban la transferencia eficiente y rápida de riqueza hacia Londres y los mercados internacionales, en 1880 bajo la presidencia de Julio Roca se completó la apropiación del territorio interior mediante el exterminio de los indígenas de la Patagonia y el Chaco paraguayo. Esos nuevos territorios se abrieron a la inmigración masiva de campesinos y obreros europeos, sobre todo españoles e italianos. Con esta inmigración masiva empezó el apogeo de la oligarquía liberal argentina, que duró hasta principios del siglo XX.

Colombia

En campaña rápida, entre 1812 y 1813, Bolívar logró instalar un gobierno en Caracas. Pero el proyecto independentista bolivariano no preveía cambios en la estructura social y no fue bien recibido por las poblaciones llaneras (mulatos en su mayoría, que odiaban a sus dueños criollos). Al mando de los llaneros, el caudillo José Tomás Boves, leal a la Corona española, derrotó a Bolívar en 1814, decretó la libertad de los esclavos y realizó repartos de tierras entre los campesinos.

Al perder la primera república, Bolívar se exilió; pero enseguida regresó a Venezuela y haciendo suyas ahora las reivindicaciones llaneras ganó el apoyo de las clases más bajas. Acompañado por importantes líderes militares, como José A. Páez, Bolívar hizo victoriosas campañas militares en casi toda la mitad norte del continente hasta fundar Bolivia. En 1819, Bolívar creó la República de la Gran Colombia, que incluía los actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Las rivalidades locales y la presión británica provocaron la secesión de Venezuela y Ecuador (1829-1830). El general Páez declaró la separación de Venezuela de la Gran Colombia y se convirtió en el gran caudillo y centro político de Venezuela durante muchas décadas. Se proclamó también entonces la República de Nueva Granada, que en 1886 tomó el nombre de Colombia.

Desde 1830 hasta los comienzos del siglo XX, en Colombia hubo nueve guerras civiles nacionales, catorce conflictos locales, dos guerras con Ecuador, tres golpes de estado y once constituciones. Dueños del escenario político colombiano, liberales y conservadores permanecieron separados por odios trasmitidos casi hereditariamente, a pesar de tener programas de gobierno muy similares.

Perú

La oligarquía criolla minera y latifundista que se desarrolló durante la colonia resistió tenazmente los cambios y Perú fue el último país del continente en independizarse, cuando los ejércitos combinados de José de San Martín y Bolívar derrotaron a los españoles en Ayacucho (1824). Los primeros años de independencia transcurrieron en constantes luchas entre la oligarquía conservadora, nostálgica del virreinato, y los liberales partidarios del librecambio. Las guerras con Colombia y con Bolivia se desarrollaron con ese trasfondo. El mariscal Ramón Castilla, que gobernó el país entre 1845 y 1862, dio forma al estado peruano moderno, después de abolir la esclavitud y promulgar la Constitución. En 1864 España intentó instalar enclaves en la costa peruana. Perú, Chile, Bolivia y Ecuador le declararon la guerra y la escuadra española fue derrotada en 1866.

Desde 1845, agotadas las minas de plata, el guano--excremento de aves usado como fertilizante--pasó a ser el principal producto de exportación del Perú. Cuando declinó el guano lo sustituyó el salitre que se halla en el desierto del sur del país. Esta riqueza provocaría la Guerra del Pacífico (1879-1883), en la que Perú y Bolivia se unieron contra Chile, que explotaba el salitre con el apoyo de compañías inglesas. Perú y Bolivia perdieron la guerra, y como resultado también las provincias de Arica, Tarapacá y Antofagasta.

Cuba

Como en el resto de las colonias españolas de América, las luchas por la independencia comenzaron en las primeras décadas del siglo XIX. España fortaleció su presencia militar en la isla, y en 1818 liberalizó su política comercial, permitiendo la exportación de azúcar a Estados Unidos y neutralizando la principal motivación económica de los independentistas. A pesar de eso, a lo largo del siglo se sucedieron desembarcos y rebeliones de esclavos y campesinos y en 1868 comenzó la Guerra de los Diez Años. En 1869 una Asamblea Constituyente rebelde promulgó una Constitución democrática que abolía la esclavitud y Carlos Manuel de Céspedes fue nombrado presidente. En 1878 los rebeldes y los representantes españoles firmaron el tratado del Zanjón. A partir de ese momento se hizo más evidente la división entre un partido liberal de criollos y el partido de la Unión formado por españoles y latifundistas cubanos en contra de la abolición. Además de las presiones ejercidas por Inglaterra contra el tráfico de esclavos, el protagonismo de éstos durante la Guerra de los Diez Años (1868-78) contribuyó decisivamente a la abolición total de la esclavitud en 1886.

La segunda guerra de independencia comenzó en 1895, encabezada por José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez. Cuando la victoria de los patriotas cubanos era ya inevitable, en 1898 los Estados Unidos declararon la guerra a España y desembarcaron en Guantánamo. Los norteamericanos gobernaron el país de 1899 a 1902, cuando entró en vigencia una Constitución que incluía la llamada "enmienda Platt", por la que se reconocía a los Estados Unidos el derecho de intervenir militarmente en Cuba y a retener la base naval de Guantánamo en perpetuidad.


Cronología

1814-1833 Durante el reinado de Fernando VII, las colonias españolas de América consiguen su independencia, excepto Cuba y Puerto Rico
1819 Primera República de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá)
1829-1830 Secesión de Venezuela y Ecuador de la República de la Gran Colombia
1826 Congreso de Panamá
1829-1852 Gobierno de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires
1833-1868 Primera guerra carlista en España
1841-1843 El General Espartero es proclamado regente del reino
1843 El General Narváez destituye al General Espartero en España
1854 Leopoldo O'Donnell se rebela contra Narváez y ambos alternan como Primer Ministro
1857-1861 Guerra de la Reforma, México
1862-1867 Monarquía de Maximiliano, Archiduque de Austria, México
1864 La revolución que derroca a Isabel II es encabezada por el General Serrano y Prim
1868-1878 Guerra de los Diez Años entre España y los criollos cubanos
1870 Amadeo de Saboya es elegido rey de España; El General Prim es asesinado
1873 Abdica Amadeo de Saboya y las Cortes proclaman la República
1873-1874 La Primera República Española; tercera Guerra Carlista, presidencias de Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar; el pronunciamiento del General Pavía disuelve las Cortes; gobierno del General Serrano
1874 Martínez Campos proclama la restauración de los Borbones con Alfonso XII
1876-1878 Derrota del carlismo y Paz de El Zanjón (fin de la Guerra de los Diez Años en Cuba)
1876-1911 Dictadura de Porfirio Díaz, México
1885-1886 Muere Alfonso XII y lo sucede su hijo Alfonso XIII, bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo
1895 Estalla la segunda Guerra de Independencia en Cuba
1898 Guerra Hispano-cubano-americana, que concluye con la cesión de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas a los Estados Unidos