Resumen histórico: El siglo XX en Hispanoamérica
La Modernización
El siglo veinte se
abre en América Latina con la llamada Modernización, un proceso complejo que
había comenzado en el último cuarto del siglo anterior. La producción agrícola
y ganadera se tecnifica gracias a la introducción y desarrollo de nuevas razas
bovinas y ovinas, nuevas variedades y técnicas de cultivo y sobre todo las sucesivas
tecnologías de conservación de productos alimenticios, principalmente el enlatado
y la cámara frigorífica, que permiten ampliar la participación latinoamericana
en los mercados europeos y norteamericanos. En la primera mitad del siglo, y
en particular durante las dos guerras mundiales, las exportaciones de carne,
lana, cereales, café y otros productos agrícolas hicieron que la balanza comercial
con Europa y Norteamérica gozara de un superávit, algo que no volvería a producirse
después de 1960.
La modernización supone
también un incipiente desarrollo industrial, en un continente hasta entonces
casi exclusivamente dedicado a la producción de materias primas. Se produce
una rápida urbanización, reforzada por un impresionante flujo migratorio. Entre
fines del siglo XIX y principios del siguiente la Ciudad de México y Buenos
Aires triplican su población en menos de 20 años. En Argentina, Brasil y Uruguay,
la inmigración cambió radicalmente la sociedad, mientras que en regiones como
la zona andina tuvo mucha menos incidencia. La modernización permite además
una mayor presencia del Estado. Los transportes y comunicaciones reducen las
distancias, favoreciendo la influencia del gobierno central sobre el conjunto
del país: las sublevaciones de caudillos, con sus masas de lanceros a caballo,
se vuelven inoperantes ante un ejército regular que dispone del telégrafo para
comunicarse de una punta a otra del país, del ferrocarril para movilizarse por
las grandes extensiones y de la ametralladora para neutralizar las cargas de
la caballería rural. La ciudad termina por imponer sus pretensiones centralizadoras
sobre las fuerzas centrífugas de la campaña. Todos los instrumentos del control
estatal se perfeccionan y tecnifican: el sistema de impuestos, el control policial,
la organización judicial y administrativa. El pensamiento de los intelectuales,
enseñado en las escuelas, difundido en los medios de comunicación, e impuesto
por los ejércitos gubernamentales, desplaza a la voluntad personal y local de
los caudillos.
Los nuevos elementos
de la vida política
Esta nueva capacidad
del Estado para imponer su voluntad introduce nuevos elementos en el panorama
político. Uno de ellos es el ejército nacional, ahora muy profesionalizado y
que se convierte en un factor del cual no es posible prescindir. A menudo los
jefes militares se enfrentarán a los políticos y querrán imponer su propia visión,
o simplemente asumir ellos mismos el mando. El Estado había desarrollado el
ejército para que su poder fuera muy superior al de cualquier otra fuerza interna
(caudillos, levantamientos populares, etcétera). La consecuencia fue que, si
el ejército decidía desobedecer al Estado (y esto ocurriría frecuentemente),
no había nadie capaz de impedírselo. Las dictaduras militares se volverán casi
tan frecuentes a lo largo del siglo XX como lo habían sido las guerras civiles
en el anterior.
Además del ejército
profesional, otras figuras hacen su aparición en el escenario hispanoamericano.
Una de ellas es la nueva clase dirigente. Las viejas familias patricias tenían
sus raíces en la época colonial y asumían una superioridad casi aristocrática.
Con la modernización, el poder de una minoría (la oligarquía) no desaparece,
pero la minoría misma se transforma: ahora grandes empresarios, comerciantes
y altos funcionarios públicos, además de los eventuales militares, comienzan
a compartir el poder con la vieja casta patricia.
Otra presencia nueva,
y fundamental, es el político profesional, principalmente el de carácter populista.
Como el caudillo, sus principales armas son el carisma, la astucia política
y la capacidad de movilizar grandes masas; pero, a diferencia del caudillo,
la acción del nuevo político no se funda únicamente en la relación personalizada
con los ciudadanos sino en su capacidad de operar a distancia, usando los medios
de comunicación y las estructuras de los nuevos partidos políticos, de alcance
nacional, que se multiplican durante las primeras décadas del siglo en todo
el continente. Los partidos políticos ya no responden a los reclamos de una
región, sino a los de un grupo o clase social, y operan a escala nacional. También
aquí, pues, lo nacional termina por desplazar a lo local.
El político populista
basa su poder en la relación que establece con otro nuevo actor de la escena
política latinoamericana: el "pueblo", esa "masa" anónima
de individuos que en el siglo XX amplía, por diversas vías, su influencia en
la vida política del país. Los gobiernos populistas, surgidos ya sea de elecciones
o de golpes de estado, invocarán al pueblo como el objeto de sus esfuerzos,
aunque en la práctica a menudo le darán poca participación activa en la toma
de decisiones. En el otro polo, el pueblo mismo asumirá un carácter de agente
más pronunciado. A veces por la vía de las urnas, se eligen gobernantes que
propugnan vastas reformas populares, como el argentino Hipólito Yrigoyen (electo presidente en 1916), y sobre todo el uruguayo
José Batlle y Ordóñez (reelecto en 1911), que instala en Uruguay el primer estado
de bienestar público del hemisferio y uno de los sistemas sociales más avanzados
de Occidente. Los movimientos sindicales crecen y se transforman en un grupo
de presión importante que estará en la base del poder de gobiernos populistas
como el de Juan Domingo Perón en Argentina. El peronismo,
como se llamó al movimiento político iniciado por este militar argentino, supuso
una nueva presencia de las masas trabajadoras en la vida política del Cono Sur.
Alcanzó una larga supervivencia, basada tanto en las medidas políticas concretas
de Perón como en su carisma y el de su esposa, Eva Duarte, más conocida como
"Evita".
En varias partes del
continente, sin embargo, los reclamos populares a menudo fueron reprimidos violentamente
por los grandes terratenientes, la alta burguesía, el ejército y las empresas
extranjeras, ligados por alianzas más o menos estables. En 1907, por ejemplo,
los trabajadores de las minas de sal exigieron mejoras salariales y en sus condiciones
de vida. Unos 2000 manifestantes se reunieron en la escuela del pueblo chileno
Santa María de Iquique, donde fueron asesinados con ametralladoras por tropas
del gobierno. El enfrentamiento entre la "oligarquía" y el "pueblo"
se transformó muy pronto en un conflicto social en Latinoamérica. Este enfrentamiento
adoptó varias formas. En algunos casos se resolvió mediante elecciones, como
en Chile mismo, donde Arturo Alesandri fue elegido presidente en 1920 e impulsó una política
popular hasta ser obligado a renunciar en 1931 y donde el socialista Salvador Allende impulsó entre 1970
y 1973 un gobierno socialista. En otros, los vaivenes se produjeron por la vía
de las armas (como en Cuba y Nicaragua). En la mayoría, la evolución fue determinada
por la presión de los militares.
Nacionalismo y populismo
Una característica
de los gobiernos populistas es su nacionalismo. En todo el continente, el estado
toma a su cargo o interviene en numerosos servicios públicos y recursos naturales,
y algunos países hispanoamericanos, incluyendo a los dos más grandes, Argentina
y México, nacionalizan el petróleo. El nacionalismo será la bandera de regímenes
tan distintos como el peronismo argentino, la revolución cubana y las dictaduras
de corte fascista de los años 70.
Además del sentimiento
y la retórica del patriotismo, el nacionalismo se nutre de otros factores. El
neocolonialismo europeo, principalmente
inglés, había dejado paso al estadounidense, mucho más radical en su intervencionismo
en la vida cotidiana de los países latinoamericanos. La política de Inglaterra
había sido la de ejercer presiones indirectas para favorecer los intereses de
las empresas privadas británicas. El caso de violencia colonial más importante
se produjo después de que Argentina tomara en 1982 las Islas Malvinas, archipiélago
del Atlántico Sur en poder de Inglaterra desde 1833. Inglaterra, que recibió
el apoyo de los Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN; en inglés, NATO), la Comunidad Económica Europea (actual Unión Europea),
y secretamente de Chile, envió una fuerza militar abrumadoramente superior a
la argentina, desencadenándose una guerra colonial como no se veía desde hacía
más de medio siglo en el continente. La guerra terminó con la victoria inglesa
en apenas tres meses, tras numerosas pérdidas de vidas por ambos bandos.
Pero fue la nueva potencia
colonial, Estados Unidos, la que desarrolló de manera sistemática alianzas políticas
y militares con grupos locales y llegó a intervenir frecuentemente con su ejército o
mediante sus aliados regionales. Esta actitud abarcó desde numerosas campañas
y hechos de sangre ocurridos en Centroamérica y el Caribe desde principios de
siglo, hasta el apoyo a regímenes dictatoriales (incluyendo el entrenamiento
en técnicas de tortura llevado a cabo por agentes de la CIA), pasando por casos
aislados de intervención militar, como la invasión de Granada en 1983, en la
que por tres días el ejército estadounidense procedió a una "pacificación"
de la isla sin permitir la entrada de periodistas ni observadores civiles. Todo
esto producirá una fuerte reacción anti-estadounidense en todo el continente, y una consiguiente
búsqueda de referentes históricos y culturales europeos que pronto fue alentada
por las propias naciones del Viejo Mundo. Surgió así la noción de "América
Latina", que en un principio oponía la tradición y mentalidad latinas a
las anglosajonas, y muy pronto incorporó también lo indígena, en la línea abierta
a fines del siglo anterior por José Martí. El uruguayo José
Enrique Rodó, defensor de la cultura humanista contra el pragmatismo y la modernización,
y el marxista peruano José Carlos Mariátegui, que
reclamó reconocer la importancia y los derechos de la población india, fueron
dos de los más influyentes defensores de esta imagen de América inaugurada por
Martí. Rodó, activo en los primeros años del siglo, era un intelectual al estilo
clásico. Mariátegui, veinte años más tarde, fue un
ejemplo de "intelectual orgánico" que combinaba la reflexión y la
producción escrita con el activismo político. Fundador del Partido Comunista
Peruano en 1928, es un ejemplo de la estrecha relación que la cultura latinoamericana
mantuvo con la izquierda a lo largo del siglo. A diferencia de lo ocurrido en
otras regiones, en la América Hispana la gran mayoría de los artistas y escritores
importantes del siglo XX apoyaron abiertamente o mostraron cierta simpatía por
la izquierda. El caso del argentino Jorge Luis Borges, uno de los escritores
más importantes del siglo y que durante algún tiempo aprobó la dictadura militar
argentina de los años 70, suele citarse como una rara excepción.
Un nacionalismo algo
distinto fue impulsado por la derecha y los sectores conservadores. Las clases
altas locales vieron reducida su participación--y sus ganancias--en la economía
local, a causa del creciente control ejercido por empresas y gobiernos europeos
y norteamericanos. Pero la oligarquía no defendía sólo sus intereses económicos,
sino también unos privilegios que tenían a menudo un tinte aristocrático. Para
ello debieron enfrentarse por un lado a la ingerencia extranjera y por otro
a los crecientes y cada vez más exitosos reclamos de las clases populares. Los
líderes militares, por su parte, solían compartir con la oligarquía una visión
aristocratizante de la sociedad que les hacía ver a las masas populares como
un enemigo natural.
En otros casos, sin
embargo, predominó entre los militares una noción casi mística del "pueblo"
que promovió políticas populistas y en algunos casos, cambios sociales más o
menos radicales. Ejemplos de esto fueron, entre muchos otros, la llamada "revolución
humanista" producida en 1968 en Perú por el general Juan Velasco Alvarado,
y el gobierno del general Omar Torrijos Herrera (1929-1981) en Panamá entre
1968 y 1978. Con respecto a las potencias extranjeras, los militares defendían
a ultranza la "soberanía nacional", por lo que a menudo se opusieron
frontalmente al intervencionismo estadounidense. Torrijos, por ejemplo, logró
en 1978 un tratado por el que Estados Unidos se comprometía a devolver el Canal
de Panamá al país centroamericano al terminar 1999, lo cual se cumplió. Sin
embargo, desde los años 60, con la proliferación de las revoluciones de izquierda,
tanto la oligarquía como los militares volverían a acercarse a los Estados Unidos.
Las revoluciones
A partir de fines del
siglo XIX el sistema escolar vive un cierto desarrollo, produciendo un aumento
en las tasas de alfabetización (muy desiguales en todo el continente: durante
casi todo el siglo fueron bajísimas en las zonas rurales de Centroamérica y
la región andina, mucho más altas en el Cono Sur). La alfabetización y la urbanización
contribuyeron a la creciente importancia de la prensa escrita, que masificó
el acceso a la información y posibilitó un activismo político en sectores cada
vez más amplios de la población. Los inmigrantes europeos, principalmente los
italianos y de Europa oriental, difundieron las ideas anarquistas y socialistas
y contribuyeron a la formación de las primeras organizaciones sindicales importantes
en el Cono Sur y al surgimiento de partidos políticos de izquierda que tendrán
una participación fundamental en la vida latinoamericana hasta fines de los
años setenta. Se produjeron numerosos movimientos, protestas y revoluciones
a lo largo del siglo, de los cuales los dos más conocidos y tal vez más importantes
fueron la Revolución Mexicana y la Revolución Cubana.
En 1910 se produce
en México la primera de las grandes revoluciones del siglo. Entre un 80 y un
95% de los trabajadores agrícolas carecía de tierras y debía emplearse como
peón en los latifundios, y muchas tierras comunales habían sido expropiadas
por los latifundistas. Una parte de la clase obrera urbana, muchos intelectuales
e incluso algunos sectores de la mediana burguesía se oponían a la continuación
de la dictadura de Porfirio Díaz. El opositor Francisco I. Madero convocó a
la revolución, y varios líderes rurales se levantaron en armas, entre ellos
Pancho Villa, al frente de un ejército
formado principalmente por campesinos sin tierra ni trabajo que se apodera del
norte del país, y Emiliano Zapata, líder de un movimiento
campesino que reclama en el sur una profunda reforma agraria y la devolución
de las tierras expropiadas por los latifundistas. Madero accede a la presidencia
pero no propone los cambios radicales que esperaban Villa, Zapata y otros, y la revolución continúa
después de su asesinato. Tras quince años de lucha casi permanente, el saldo
de la revolución es una tradición de desunión, ejercicio personalista del poder,
corrupción e ideales invocados a fin de satisfacer intereses personales o grupales,
pero también el logro de algunas medidas radicales. Se produjo cierta distribución
de tierras entre los campesinos y el reconocimiento de los derechos sindicales
de los trabajadores; el país tomó el control de sus recursos naturales, entre
los que se destaca el petróleo. Por primera vez una nación dependiente intenta--y
en cierta medida logra--rescatar sus recursos petroleros de las empresas extranjeras
que solían monopolizarlo.
La Revolución Mexicana
se alimentó de la enorme desigualdad social que reinaba en México y dio pie
a una temprana pero duradera forma de populismo. La Revolución Cubana fue motivada
también por las injusticias internas, pero tuvo además un fuerte componente
anticolonialista y su base ideológica fue la que caracterizó a la mayoría de
las protestas sociales de los años 60 y 70: el socialismo.
El general Fulgencio
Batista dirigía desde 1952 en Cuba una dictadura con el apoyo de los Estados
Unidos, que controlaban la economía y, de manera apenas menos evidente, la política
de la isla desde principios de siglo. Fidel Castro, un abogado opositor
a Batista, dirige un levantamiento fracasado contra un cuartel militar batistiano
(el Cuartel Moncada) y tras un período de prisión es amnistiado. De Cuba pasa
a México, donde prepara un nuevo alzamiento junto con un grupo de estudiantes
y exiliados en el que figura el médico argentino Ernesto "Che" Guevara. En diciembre de 1956
desembarcan en Cuba; sufren una derrota pero se refugian en la selva, donde
se hacen fuertes. Tres años más tarde los revolucionarios lanzan una ofensiva
final contra el régimen de Batista, muy debilitado y ya sin el apoyo de los Estados
Unidos. En enero de 1959 terminan de conquistar la isla al entrar en la capital,
La Habana. Después de un breve gobierno civil, Castro asume directamente el
mando, que no ha dejado hasta el presente. El creciente distanciamiento de los
Estados Unidos debido a las nacionalizaciones y expropiaciones de propiedades
norteamericanas en la isla y a las cada vez más evidentes simpatías del régimen
por la Unión Soviética conducen a un intento de invasión en la playa de Bahía
de Cochinos (Bay of Pigs), ejecutado por disidentes
cubanos y financiado por la CIA norteamericana. El fracaso de la invasión lleva
al establecimiento de un embargo comercial por los Estados Unidos que dura hasta
el presente. Cuba vivirá un período de prosperidad gracias al apoyo soviético
y a la buena situación del mercado del azúcar, que se ha transformado en casi
la única fuente de ingresos del país. El gobierno logra grandes avances sociales,
como la provisión de trabajo, alimentación, vivienda, educación y servicio médico
gratuitos para toda la población. Se intenta entonces "exportar la revolución"
apoyando intelectual o militarmente movimientos revolucionarios en América Latina
y África (principalmente en Angola). Por otro lado, las libertades individuales
se mantienen severamente limitadas y desde 1965 no se permite otra fuerza política
que el gobernante Partido Comunista Cubano. Con la caída de los precios del
azúcar y la desaparición de la Unión Soviética, sumadas al mantenimiento del
bloqueo, desde mediados de los 80 Cuba entra en una profunda crisis económica
--el llamado "período especial"--que la mantiene al borde del colapso
durante la mayor parte de los años 90.
Las dictaduras militares
Las grandes desigualdades
sociales, la influencia de los movimientos de izquierda, la inflexibilidad de
las oligarquías locales, el resentimiento ante el velado neocolonialismo estadounidense,
la violencia ejercida a menudo por el Estado, la desilusión ante lo que muchos
consideraban el fracaso de los intentos populistas a la hora de mejorar las
condiciones de vida de amplios sectores de la población, y la popularidad de
figuras como el Che Guevara, Fidel Castro y la revolución cubana, promovieron
durante los años 60 una multiplicación de movimientos guerrilleros. Inspirados
en el sistema soviético y la experiencia cubana, y a menudo apoyados directa
o indirectamente por Cuba, estos movimientos gozaron de cierta popularidad en
las clases medias urbanas. A diferencia de levantamientos anteriores, como la
Revolución Mexicana o la Revolución Nacional Boliviana de 1952, estos casos
no aparecían aislados sino que respondían a un modelo internacional y mantenían
contactos con otros movimientos. La guerrilla no fue sin embargo el único motivo
de efervescencia política de los años 60: las protestas obreras y de trabajadores
estatales, generalmente coordinadas por los poderosos sindicatos de alcance
nacional, se multiplicaron y a menudo se combinaron con manifestaciones universitarias
que llegaron a producir violentos enfrentamientos con la policía (similares--aunque
a menudo anteriores--a los de mayo de 1968 en Francia).
A pesar de la intensidad
de estos movimientos casi todos ellos fracasaron, generalmente por la oposición
de los militares y las oligarquías tradicionales, apoyadas en muchas ocasiones
por el gobierno norteamericano. En Sudamérica los gobiernos populares sucumbieron
ante la presión de los militares, que se hicieron cargo del poder reiteradamente
en casi todos los países. La dictadura militar más larga fue la del Paraguay,
donde el general Alfredo Stroessner gobernó entre
1954 y 1989. En los años 70 sucesivos golpes de estado pusieron fin a algunos
de los gobiernos más progresistas del continente, como el del socialista Salvador
Allende en Chile. Similares al golpe militar chileno de 1973, liderado por Augusto Pinochet, fueron los ocurridos
en Uruguay (1973), Argentina (1976), y Bolivia (1979). Mientras tanto, en Centroamérica
los conflictos entre guerrillas y gobiernos militares se agravaban, produciendo
enormes números de víctimas entre la población indígena. En Nicaragua triunfó
en 1979 la Revolución Sandinista, que fue luego combatida
por los Estados Unidos, que financiaron a las guerrillas contrarrevolucionarias
y sometieron al país a un cerco militar y económico. Entre los grandes países
del continente sólo México ha mantenido gobiernos civiles. El partido de la
Revolución Mexicana, desde mediados de siglo transformado en Partido Revolucionario
Institucional (PRI), vence en todas las elecciones y con la presidencia de Lázaro
Cárdenas (1934-1940) se sientan las bases de una industrialización y nacionalización
efectivas y un creciente reparto de tierras. El régimen tenía poco de democrático,
sin embargo: las primeras elecciones realmente pluralistas se produjeron en
1997. En julio del 2000 el PRI perdió las elecciones, por primera vez en 71
años.
Post-dictaduras, fin
del estado paternalista y globalización
A partir de mediados
de los años 80 las dictaduras militares que dominaron la vida política continental
de los años 70 comienzan a desaparecer. Los apoyos internos disminuyen: las
clases altas y los sectores conservadores, que a menudo vieron con buenos ojos
la instalación de un gobierno fuerte, prefieren ahora retomar el control político
del país; grupos de presión, entre ellos la Iglesia, reclaman mayores libertades
para la población. La desaparición de buena parte de las fuerzas opositoras
había conducido a una disminución de las actividades de censura y de represión,
lo cual facilitó la reaparición de discursos contrarios al gobierno y la organización
de protestas. En el plano externo, Estados Unidos relaja y a veces retira el
apoyo que había brindado a la mayoría de las dictaduras, y las presiones internacionales
para una democratización aumentan. En el contexto económico internacional se
produce un nuevo impulso liberal, por el cual las principales potencias occidentales
impulsan en los países dependientes un mercado desregulado,
libre de barreras aduaneras y de proteccionismo estatal (al tiempo que, por
su parte, mantienen el proteccionismo a sus propias industrias). Este "neoliberalismo"
prefiere los sistemas democráticos a los gobiernos militares.
Tal vez los dos factores
más notorios del fin de las dictaduras son el agotamiento del proceso interno
y la evolución de la deuda externa. Los dictadores que asumieron el mando en
los 70 han envejecido, y las nuevas generaciones de militares, ante la disminución
del llamado "peligro comunista" (la Unión Soviética y Cuba han abandonado
su política de "exportar la revolución"), se vuelcan hacia una función
más profesional y menos política del ejército en la vida nacional. En cuanto
a la deuda externa, desde comienzos de los 80 ésta se ha vuelto prácticamente
impagable en casi todo el continente, y los préstamos destinados al pago de
intereses sobre la deuda se vuelven frecuentes. En tal situación, los gobiernos
poseen escaso margen de negociación ante organismos internacionales como el
Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID).
Tras el retorno a la
democracia, estos organismos imponen a los nuevos gobiernos las llamadas "medidas
liberales". Una de ellas es la privatización de las empresas y servicios
que habían sido nacionalizados, en algunos casos, más de medio siglo antes.
El petróleo, las comunicaciones y otros servicios, controlados por el Estado,
vuelven al mercado y son adquiridas en su inmensa mayoría por empresas europeas
y norteamericanas. Estas ventas favorecen, en la mayor parte de los casos, altísimos
niveles de corrupción: numerosos políticos se enriquecen y varios países latinoamericanos
ceden sus riquezas en condiciones sumamente desventajosas. La presión de los
países industrializados impone también el abandono de las políticas sociales
del populismo: beneficios adquiridos en la primera mitad de siglo son eliminados,
instalándose por ejemplo la llamada "flexibilización laboral", por
la cual las empresas pueden despedir más fácilmente a sus empleados a fin de
resultar más competitivas a nivel internacional. Para las grandes masas de trabajadores
esto supone una situación de inseguridad que produce descensos radicales en
el nivel de vida y la estabilidad social de casi todos los países de Sudamérica.
El exilio político casi desaparece, pero aumenta en cambio la emigración por
motivos económicos y la dependencia de algunas economías rurales pobres de estrategias
de supervivencia como el cultivo destinado a la producción de drogas, cuya exportación
ha desarrollado el llamado narcotráfico. En Colombia y otros países el enfrentamiento
entre el gobierno, los narcotraficantes, los grandes propietarios de tierra
(que poseen sus propios ejércitos privados), y los numerosos movimientos guerrilleros
activos ha conducido a una situación de violencia endémica agravada por ser
la violencia, precisamente, la opción más lucrativa y a menudo la única viable
para miles de personas.
En los años 90 se ha
producido otro fenómeno que algunos observadores han comparado a las revoluciones
izquierdistas del pasado: el fortalecimiento de los movimientos indígenas. Aunque
originados a comienzos de siglo en países como México, Brasil y Perú, los movimientos
indígenas modernos adquieren mayor visibilidad en la política latinoamericana
a partir de los años 70, principalmente con la acción de grupos en México, Centroamérica
y la región andina. Durante los años 80 y 90 varios grupos indígenas han logrado
que la comunidad internacional escuche sus reclamos y han hallado vías para
atenuar la violencia sistemática de la que siguen siendo objeto, principalmente
en El Salvador y Guatemala. La primera personalidad de estos movimientos ha
sido la guatemalteca Rigoberta Menchú. Recientemente, algunos
de los hechos destacados en este tema han sido la aparición en 1994 en México
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (v.
lecturas suplementarias), y la elección del indígena Alejandro Toledo como presidente
del Perú en junio del 2001.
El final del siglo XX y el comienzo del XXI en América Latina está marcado por tres tendencias: la crisis del modelo neoliberal, el giro político hacia gobiernos de centro-izquierda y la emergencia de grandes organizaciones delictivas transnacionales –mafias– que afectan la gobernabilidad de los países.
Los años noventa del siglo XX se caracterizaron por el fracaso de las promesas de crecimiento económico y estabilidad política prometidas a las sociedades latinoamericanas si se plegaban a las exigencias del denominado Consenso de Washington: un conjunto de medidas macroeconómicas orientadas al predomino del mercado sobre el estado en la gestión de los recursos. La crisis argentina de 2001 fue el signo más claro de que el neoliberalismo servía en especial a grupos de poder sectoriales, que tenían sus intereses en concordancia con el de grandes empresas transnacionales.
La frustración social nacida de la aplicación de estas políticas neoliberales, sumada a la corrupción de muchos gobiernos del continente, llevó a que grandes sectores de la sociedad buscaran modelos alternativos: bien formas nuevas del populismo, o bien gobiernos de centro-izquierda. Los tres casos más significativos son:
A estos tres casos debe sumarse la permanencia del socialismo en Cuba, pese a la renuncia de Fidel Castro al poder en 2008; y la elección de gobiernos de centro-izquierda y de tendencia socialista en otros países latinoamericanos:
Las principales excepciones a esta corriente de centro izquierda las constituyen principalmente Colombia, El Salvador y México:
Cerrado el período de dictaduras militares y de conflictos armados internos, con excepción de Colombia, uno de los principales retos que afrontan las sociedades latinoamericanas, además de las endémicas pobreza y desigualdad en la distribución de la riqueza, es la emergencia de poderosas organizaciones mafiosas transnacionales ligadas al tráfico de drogas y armas, que fomentan la corrupción en los gobiernos y generan altos niveles de violencia.
Arte y literatura
El siglo XX marcó un
salto cualitativo en la producción cultural latinoamericana. Las tradiciones
amerindias, afroamericanas y europeas lograron un
diálogo más rico que motivó la aparición de novedosas tendencias de vanguardia
durante los años 20 y 30. En pintura destacó la escuela muralista mexicana,
representada entre otros por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. El muralismo, movimiento
artístico de carácter indigenista, surgió tras la Revolución Mexicana vinculado
al deseo oficial de socializar el arte. Rechaza la pintura tradicional, así
como cualquier otra obra procedente de los círculos intelectuales, en favor
de la producción de obras monumentales para el pueblo, en las que se retrata
la realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos de su historia. A
partir de 1930 el movimiento se internacionalizó y se extendió a otros países
de América, principalmente Argentina, Perú y Brasil, y fue adoptado incluso
por Estados Unidos en algunos de sus edificios públicos.
En los años 60 la riqueza
histórica, social y cultural latinoamericana, la sólida formación de muchos
intelectuales y el estado de efervescencia ligado a la Revolución Cubana y los
movimientos libertarios contribuyeron a la aparición del llamado boom de la narrativa
latinoamericana, el movimiento literario más importante del siglo en el continente.
El primer Premio Nóbel de Literatura recibido por un escritor latinoamericano
fue concedido a la poeta chilena Gabriela Mistral en 1945; pero a partir de
los años 60 lo recibieron el narrador guatemalteco Miguel Ángel Asturias en
1967, el poeta chileno Pablo Neruda en 1971, el narrador
colombiano Gabriel García Márquez en 1982 y el poeta
y ensayista mexicano Octavio Paz en 1990. La narrativa latinoamericana fue traducida
y leída con avidez en los cinco continentes, influyendo en corrientes literarias
de países muy remotos. La obra de escritores como el cubano José Lezama Lima (1910-1976) y el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) es considerada
entre las más importantes escritas en Occidente en el siglo XX.
Cronología
1907 Asesinato de 2000
manifestantes de las minas de sal en el pueblo chileno de Santa María de Iquique
1910 Comienzo de la Revolución Mexicana, en la que se oponen los líderes Madero,
Villa y Zapata a la dictadura de Porfirio Díaz
1916 El reformista popular Hipólito Yrigoyen es elegido
presidente en Argentina
1920-1931 Presidencia del populista Arturo Alesandri
en Chile
1928 Fundación del Partido Comunista Peruano
1934-40 Gobierno de Lázaro Cárdenas (PRI) en México
1945 Premio Nobel de Literatura concedido a la chilena
Gabriela Mistral
1946-1951 Primera época peronista en Argentina
1951-1955 Segundo gobierno peronista, período del "justicialismo",
que terminó con el golpe de estado dirigido por el general Aramburu
1952 Revolución Nacional Boliviana
1952-1959 Dictadura del general Fulgencio Batista en Cuba
1954-1989 Dictadura del general Alfredo Stroessner
en Paraguay
1956 Ataque fallido al Cuartel Moncada por las fuerzas revolucionarias cubanas
1959 Entrada de Fidel Castro a La Habana; triunfo de la Revolución Cubana
1961 Invasión fallida de Bahía de Cochinos (Cuba) por disidentes cubanos financiados
por la CIA
1967 Premio Nóbel de Literatura concedido al guatemalteco Miguel Ángel Asturias
1968 La "revolución humanista" de Perú, llevada a cabo por el general
Juan Velasco Alvarado
1968-78 Gobierno del general Omar Torrijos Herrera en Panamá, durante el cual
se firmó el tratado de 1978 que determinó la devolución del Canal de Panamá
por los EE.UU.
1970-1973 Presidencia del socialista Salvador Allende en Chile, que terminó
con un golpe de estado durante el cual murió Allende
1971 Premio Nóbel de Literatura concedido al chileno Pablo Neruda
1973-1990 Gobierno del general Augusto Pinochet en
Chile
1973 Juan Perón elegido de nuevo presidente de Argentina. Muere en 1974 y su
esposa María Estela asume la presidencia.
1976-83 Golpe de estado y gobierno de la Junta militar en Argentina, período
conocido posteriormente como la "Guerra Sucia"
1982 Guerra de las Islas Malvinas entre Argentina e Inglaterra, en la que resultó
victoriosa Inglaterra en menos de tres meses
1982 Premio Nóbel de Literatura concedido al colombiano Gabriel García Márquez
1983 Invasión de Granada por los Estados Unidos
1990 Premio Nóbel de Literatura concedido al mexicano Octavio Paz
1994 Primera Declaración del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) en México
1998 Elección de Hugo Chávez en Venezuela
1999 Devolución del Canal de Panamá a Panamá por los Estados Unidos
2001 Elección de Alejandro Toledo en el Perú, primer indígena elegido para ese
puesto
2004-2006 Elección de gobiernos de centro-izquierda en Chile, Nicaragua, y Argentina